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Neomierda.

Cero credibilidad.

Juar Juar

Recordar es vivir.

Hace casi tres años que sucedió, es imposible olvidarlo, pues me ha dejado una marca indeleble en la memoria, y en este momento de ocio y valeverguez evidente, que he decidido plasmar esta memoria, aquí en este pinche blog.

Fue en un viaje en carretera hacia el estado de Nuevo León, con el objetivo de ver el Gran Premio de Monterrey, en la Serie CART.

Éramos nueve personas: mi tio, mis dos primos y dos de sus amigos, un vecino de mis familiares y su hijo, un amigo de mi tio y su hijo, además de el que aquí escribe.

Subimos a una camioneta y nos largamos, nos fuimos por el lado americano, llegariamos a laredo, tx y cruzaríamos a laredo, tamps, para luego llegar a monterrey.

como sea.

Ya internados en territorio gringo, hacíamos paradas cada cierto tiempo para llenar el tanque, comprar alguna porquería en los supercitos de la gasolinera, ir al baño, y decansar de estar sentados.

Nos detuvimos en una gasolinera en medio de la nada, como a eso de las 2 aeme, mi tio, uno de mis primos y yo, nos bajamos de la camioneta, pues los demás estaban jetones, y no los ivamos a despertar. Mi tio se dirigió a pagar la gasolina, mi primo y yo, nos quedamos afuera hablando y estirándonos para sacudirnos un poco la somnoliencia.

Vimos a un mendigo, un homeless en la gasolinera, sentado en una esquina, completamente absorto en sus pensamientos (en la pendeja pues) me extraño que no estuviera dormido siendo tan tarde. A golpe de vista, le calculé unos treintaicinco años, era de mediana estatura, tez negra, cabello rizado, entrecano y negro, con una larga barba grisásea que cubría la barbilla y parte del cuello. Vestía un raído pantalón de pana café, una sudadera negra bastante percudida, sucia, daba la impresión de que se habían acumulado una mancha sobre otra; encima de la repugnante sudadera, el mendigo vestía un saco entre azul marino y gris, y calzaba unos zapatos blancos, mugrosos y gastados.

El hombre estaba lejos de nuestra camioneta, no se acercó a pedir dinero, así que no le dimos mucha importancia, momentos después, un par de hombres blancos, llegaron en un auto BMW a cargar gasolina. Al bajar ellos, nos dimos cuenta de que estaban completamente pedos, pues bajaron del auto tambaleándose, sosteniendo vasos de plástico con alguna bebida alcoholica, (hasta la fecha sigo pensando que era alguna clase de licor casero) los dos eran rubios, altos y musculosos, vestián casi igual: pantalon de mezclilla de corte ajustado, zapatos y camisas a cuadros, uno roja, el otro, azul, hablaban idioteces ininteligibles, ya por la hebriedad, o por su grado de inteligencia inferior. Eran viles rednecks de baja ralea, seguramente de algún rancho rascuache de los alrededores.

Parecían venir de una fiesta.

Entonces uno de ellos -el de camisa roja-, derramó a propósito el contenido de su vaso, y volvió a llenarlo con gasolina, mientras el otro -el de azul- reía a carcajadas ahogadas por el alcohol.
Llamaron con un ademán al homeless, éste se acercó. Uno de ellos -esta vez el de azul- sacó un fajo de billetes de varias denominaciones, mucho dinero, -facilmente unos quinientos o seiscientos dólares- y ofreció regalárselo, si bebía el contenido del vaso.

Nosotros vimos todo, y en afán de querer evitar una desgracia, corrimos hacia donde se encontraban. Pero reaccionamos demasiado tarde, pues a la mitad del camino recorrido, observamos que el homeless bebía los contenidos del vaso, e inmediatamente después, vimos con asombro y con horror, como caía al suelo, y comenzaba a convulsionarse...

Los rednecks, palidecieron, sus caras reflejaban un miedo horripilante, ese miedo que te quita las fuerzas, y te deja inmovil por un momento, que sube por la espina y levanta los vellos del cuerpo.

El par de imbéciles se dieron cuenta de lo que habían hecho, se recuperaron, y en menos de lo que dices nine-one-one, subieron a su auto y se largaron, dejando el dinero tirado junto al licor, salieron con tanta prisa, que dejaron andando la bomba de la gasolina que sacaba combustible todavía.

El homeless se convulsionaba cada vez más fuerte, los ojos blancos, espuma y sangre brotándole de la boca, pues se había mordido la lengua producto de las convulsiones, los brazos y las piernas retorciéndose sin control en el aire, como si fuera una cucaracha patas arriba... cada vez más rapido, cada vez más fuerte, cada vez peor... no sabíamos que hacer, pues el hombre se veía mal. Realmente grave. Estabamos ahí parados, observando impotentes como se le escurría la vida a ese hombre, y todo por unos cuantos dólares.

Y súbitamente, se detuvo.

El hombre se levantó. Se estiró, tronó los huesos de su espalda y nuca, se sacudió el polvo, toció un par de veces y tomó el dinero.

Volteó hacia donde nos encontrábamos, caminó un poco hacía nosotros, me miró. Yo permanecía estoico, impertérrito, pues la sorpresa y el susto me habán inmovilizado. Él continuaba mirandome, entonces Yo lo miré a los ojos, estuvimos así por unos segundos, y ahí, en nuestro momento más bello juntos, me espetó:

"Se me acabó la gasolina...".


juar juar.

Oderint Dum Probent.

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