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Neomierda.

Cero credibilidad.

Ayer.

martes, julio 17, 2007
No acostumbro tomarme fotos de ningún tipo, y es muy raro que me preste a salir en ellas, me molesta, me incomoda. Me muestran como soy, no como yo me veo.

Esa animadversión hacia las fotografías la heredé de mi abuela, cuyo asco a su propio proceso de envejecimiento la llevó a extremos que iban desde molestarse cuando le llamabamos 'abuelita', pintarse el pelo negro azabache y a odiar sus propios retratos, ya que el apelativo, las canas y las fotografías, "la hacían verse más vieja de lo que en realidad estaba".

Toda esa cantaleta eran patrañas ideáticas de mi abuela, para defenderese del paso del tiempo, de mantenerlo petrificado, suspenderlo hasta el dia que se muriera; mantenerse joven y bella para que al sufrir el certero golpe de la vejez que la llevase a la tumba, no la agarrasen descuidada.

Y vale decir que tenía como sustentar esa molestia contra el tiempo. Con justa razón: ya no era joven. Pero hasta en el día de su muerte, su cadáver nunca aparentó la edad que tenía. Nunca se vio mal, a pesar de verse vieja.

Pero así era ella: ideática. Y fue así hasta después de muerta. Donde estipuló que se le cremase, pues no quería pasar soledad en el panteón; en la cripta al menos tenía vecinos cercanos que le harían compañía...

Una de las cosas que me heredó, fue el disgusto hacia las fotos. En realidad tengo muy pocas fotos recientes -de algunos años para acá-, en mi poder. Puede ser que algunas personas tengan fotos mías en algún sitio o en el mismo disco duro de sus computadoras, como dije, yo mismo tengo un puñado, y no son más de diez.

Es raro, pues siempre he vivido en el seno de una familia traumada con las fotografías. Existen en mi casa halteros y cajones llenos de fotografías de hace pinchemil años, de momentos que no recuerdo y que si no los veo y me los platican, dudaría seriamente de su existencia... otros son recuerdos muy profundos en mi mente, que de no verlos plasmados no los recordaría... algunos los recuerdo vagamente, como en sueños, dudando si en verdad sucedieron o sólo son un producto de mi imaginación...

Todos ellos los reviví ayer, cuando por alguna extraña razón quise mostrale a Noemi como fue mi infancia chilanga antes de venir aquí. Y que, extrañamente, es también la mejor documentada.

Vimos a mi madre en la flor de su juventud, con 28 años, guapa, esbelta, lozana, rosagante. De cabellera castaña oscura y sonrisa fulminante. De fleco y crepé. De pantalones de mezclilla ridículos y ajustados arriba del ombligo. La vemos caminando resuelta, manejando, acompañada y sola, pero siempre con el mismo semblante tranquilo de quien tiene toda la vida por delante y que apenas la empezó a disfrutar.

Vimos a mi abuelo en su fase de como dirían algunos "adulto en plenitud", Presumiendo su manera derechísima de pararse, haciendo gala de toda su pulcritud y elegancia, incluso al lado de un lugar tan fodongo como una alberca. Lo vemos sonreír, con su cabello negro y su eterno bigote que apenas le comenzaba a encanecer, -a esas alturas estaba al final de sus cincuentas y era abuelo de cuatro mocosos, incluyéndome-, sus lentes oscurisimos, y sus maneras tan refinadas. Casi pudimos percibir el fresco aroma que siempre exhala, pero la tecnología no llega a tanto todavía.

Y vimos también a mi abuela. Guapa, alzada y tan o más elegante que mi abuelo. La vimos con una sonrisa sacada a fuerza cuando era para posar, y una honesta cuando la tomaban descuidada, la vimos al lado de la alberca, en un aeropuerto y en distintos momentos en distintas partes de nuestra cada del DF... Las nombro con tal facilidad porque son muy pocas las fotos donde ella sale, y cosa curiosa, en la mayoría salgo yo.

Pudimos verme en pequeño. Al verme retratado, caía en la cuenta de que -omaigod!- yo también fui un niño. Fui un mocoso impertinente al que le gustaba jugar con sus tortugas ninja, que no comía mas que sopa de fideo, que le gustaban los frijoles negros pero odiaba los bayos sin haberlos probado nunca. Era alguien de contradicciones, pues no me gustaba que me tomaran fotos pero siempre salía bien cuando posaba, incluso haciendo caruchas. Pero cuando mejor salía era si me tomaban con la guardia baja. Mis retratos reflejaban el gesto fresco, nuevo, y honesto de una niñez que apenas comenzaba y la cara limpia con agua y jabón por haber entrado de jugar en el patio sucio.

Recordé a Mazinger Z y al Capitán Centella, y bajar las escaleras de sentón. Me vi sentado en mi sillita roja viendo televisión; recordé el olor a viejo del despacho de mi abuelo, y el olor a tierra mojada de Cuernavaca; pude ver por un momento mi piñata en McDonalds y a la niña que se llamaba Erica que me tiraba el can y a la güerita que se llamaba Carolina y que si le capié. Vi mi pastel de cumpleaños y mi piñata de Miguel Angel que se parecía bastante, y me vi en el patio de mi primaria cuando bailé "Fiesta en America" de Chayanne en primero.

Me vi montando un caballo café y jugando luchitas en el pasto. Me vi jugando con unos chacos de plástico en el borde de una fuente en no se donde. Y me acordé que tuve dos perras que se llamaban camila y camila y que las dos se murieron, y me vi riéndome y llorando por alguna razón y caminando en el DF de la mano de mi Mamá disfrazado de Espaiderman, de Batman, de Payaso, y de Vampiro. Me vi en la obra del kinder disfrazado de tronco, y me vi en el hospital con mi hermana acabada de nacer. Alcanzé a distinguir un poco el smog del DF y su olor húmedo, y poco me faltó para saborear mi sopa... cuando entonces me vi en el campo, en las afueras, con mi madre de rodillas y yo de pie abrazándola y los dos cerrando los ojos y sonriendo... porque éramos felices. Y sentí ese abrazo... y quise llorar.

Y entonces me vi en el espejo, con los ójos pétreos de lágrimas. Y ya no quise ver más.

Que se pudra el tiempo.

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Rituales.

sábado, julio 07, 2007
Todas las mañanass se levanta y se lava los dientes. Siempre de la misma forma: primero la hilera de muelas de arriba, luego la hilera de muelas de abajo, todas talladas diez veces en ese orden. Siempre en ese orden, a la misma hora, con el mismo color de cepillo de dientes, de no ser así, algo malo podría pasar.

Es el miedo a lo que pase, es esa férrea rutina brutal lo que lo mantiene. El temor inconmesurable de perder todo lo que tiene por desatender lo que le pertenece. Es esa manera loca, enferma, de aferrarse, de apegarse con toda su fuerza a rituales tan rídiculos, tan cómicos, como el lavarse los dientes de cierta forma, a cierta hora. Lo peor: su vida esta llena de estos rituales.

Si no se ha lavado los dientes, no puede salir a la calle. Es su manera de sentirse listo. Puede levantarse tarde, puede llegar con una hora de retraso a trabajar: sus rituales, sus ritos van primero.

Levantarse con el pie derecho. Bajar a la cocina. Prender la cafetera. Subirse a bañar. Terminar y salir en toalla del baño a vestirse, siempre en el mismo orden: calzones, camiseta, calcetines, pantalon, camisa. Bajar por el cafe, tomárselo hirviendo y negro, subir, terminar de acicalarse y lavarse los dientes de la forma en la que lo viene haciendo desde pequeño.

Siempre la misma rutina, siempre regresar. Eterno retorno. Bendito sea Dios que no le dio barba para rasurse... porque entonces no habría tiempo para nada... el poco vello que le sale, lo elimina al contacto con un rastrillo desechable en la regadera.

Es el miedo lo que lo hace ser asi. El pavor al cambio. El recelo a lo nuevo. La fobia incontrolable, la enfermedad mental que lo hace repetir una y otra vez el mismo procedimiento por el miedo que le provoca el cambio radical de su status quo.

"No, no puedo salir sin lavarme la boca... puede pasar algo malo, no se lo que sea... pero seguro algo malo, mejor ni buscarle... aunque vaya tarde, por más que me apure no voy a llegar... mejor continúo no vaya a ser peor..."

Es este razonamiento su atadura. Son sus esposas hechas de superstición. La manera de acometer el mundo y su destino cotidiano: el mantenimiento de si mismo, que lleva a su equilibrio mental.

Es una enfermedad y lo sabe. No le importa. Pocas veces han logrado interferir con su vida sus hábitos peculiares, sus costumbres particulares, en algún momento padeció insomnio debido a la apabullante soledad causada por el repentino abandono de una mujer a la que amó profundamente y lo dejo por ser 'raro'. Lo peor era que nunca reparó en sus rituales, más bien la asustó su manera tan natural de hablarse a sí mismo mientras completaba la rutina de todos los días en soledad, sin incluirla. Eventualmente eso sería su ruina.

Aguantaron dos abortos y una sobredosis. Fueron al infieno y de regreso juntos. Pero el mantuvo sus ritos intactos, siempre el pie, el café, los dientes, el color y las cantidades. Siempre lo mismo. Y como por arte de magia todo estaba normal. Es raro, puen el único día que no lo hizo, fue el mismo día que lo dejaron. Es por eso que ahora lleva una férrea autodisciplina por los hábitos que le impone quien sabe cual fuerza mística más allá de su entendimiento y que se encarga de revisar que sean llevados a cabo todos los procesos que ha iniciado desde su infancia y que si bien ahora ve completamente normales, Para el restpode las personas no son más que algo depravado y deplorable. Como cagarse en la sala.

Por eso se proteje. Y proteje a los demás. Y si protejerlos significa seguir con su tutina hasta que muere, por el no hay problema. .. lo único sería... que cualquiera se enterara

311

jueves, julio 05, 2007
Durante mucho tiempo he admirado a las personas que pueden escuchar un sólo disco por mucho tiempo, absorberlo, escuchar todas y cada una de las canciones las veces que sean necesarias, y entonces, formular un juicio sobre él. Y los admiro porque Yo no podía. Me daba hueva.

Hace poco tiempo que lo he podido lograr, y estoy muy feliz con los resultados. Pues al menos, los discos que ahora puedo escuchar enteros, los dejo de corrido y me hacen feliz. Hasta ahora no puedo quejarme de haber escogido un título nuevo para escuchar entero y tener que adelantarle a alguna canción; sin embargo, estoy consciente de que me falta mucho para poder lograr esto que quiero y de una vez por todas abrir mi espectro musical totalmente y escuchar entero cualquier disco que venga a mis manos.

Siempre fui un hombre de canciones, no de discos. Yo escogía lo que quería escuchar y desechaba lo demás... lo he venido reflexionando y creo que mi acercamiento tan pitijiede hacia la musica alguna vez fue compartido en mi trato con las personas: tomaba lo que quería y desechaba lo demás.

Estoy (sigo) cambiando. Para bien. Que gusto.

Fragmentos (Ultimo)

sábado, junio 09, 2007
Es común que cuando manejo escuche música. Es un hábito muy arraigado, un vicio grande que data de los tiempos de mi niñez, pues desde pequeño, mi padre acostumbraba poner música cuando conducía a la ciudad, cuando regresaba, o en las vacaciones en carretera. Pasaba mucho tiempo en el auto con él. Ya desde entonces desarrollé una fascinación por la música que permanece hasta ahora; la relación de manejar escuchando alguna cosa viene de ahí. Aunque se trate de ruido ininteligible, conversaciones, o reguetón, procuro escuchar algo. En mi coche es raro que este en silencio: solo cuando estoy atribulado, preocupado por algo, o pensando en tomar alguna decisión importante (como qué comer), es cuando hay breves momentos donde reina el silencio en mi camioneta, de otra manera, no. Así pues, hace como tres semanas, manejaba de noche rumbo a mi casa. Venía de una comida de trabajo y se había extendido durante toda la tarde. Salí tarde del restaurante. Me subí a mi camioneta, prendí el CD Player pero ya no tenia batería, así que sintonize el radio. En FM a esas horas la programación es una porquería y no hay muchas cosas que escuchar, puse elAM en una estación de deportes, escuchaba última tanda de noticias del día. No estaba poniendo mucha atención, estaba pensando en alguna otra cosa, no distinguía lo que estaba diciendo el hombre del radio, más bien escuchaba un parloteo sin sentido como fondo a los pensamientos que ocupaban mi mente en esos momentos; en ese momento estaba en piloto automático, y poco me importaba. Tiempo después llegué al túnel grande que marca la mitad del camino entre el pueblo y la ciudad, a partir de entonces el camino se hace más largo por la ansiedad de llegar a casa, y da la impresión de ir conduciendo más lento de lo normal. Al entrar al túnel, se interrumpió la voz del radio por la interferencia; cosa nada rara, se sabe que la radio se interrumpe y las llamadas no entran o se cortan. Con sonido de estática de fondo, manejaba hasta la mitad del túnel donde me topé con un embotellamiento, donde hube de hacer fila hasta que me tocara mi turno de salir. Aburrido, encendí un cigarro y despegaba el pie del freno de cuando en cuando para avanzar. Hasta eso que el trafico iba más o menos rápido, y evitaba que me quedara dormido al volante; cuando terminé mi cigarro, busqué desesperado en el radio alguna estación que se escuchara, pero estando dentro de un túnel es improbable encontrarla. Así que ya no intenté nada y traté de relajarme mientras terminaba el congestionamiento. En ese momento, mientras encendia un segundo cigarro, pude sentir claramente como vibraba el telefono en mi bolsa del pantalón. Pensé que era alguna clase escalofrío, espasmo muscular, incluso pense que se me había dormido la pierna, pero no, al escuchar el timbre, supe que estaba entrando una llamada. "En pleno túnel" pensé, mientras sacaba el teléfono para contestarlo, al sacarlo dejo de sonar, y pude ver en la pantalla el rótulo de "Llamada perdida" y la hora. Al ver en la lista de llamadas perdidas a quien me había llamado, pude ver un teléfono desconocido para mí al principio de la lista, pero no le dí mayor importancia, "Le devuelvo la llamada cuando salga de acá" me dije a mi mismo, y lo dejé por la paz. Al avanzar un poco más, pude ver los primeros reflejos de la luz roja y azul de la policía en la pared. Al avanzar otro poco, vi a lo lejos la luz roja/blanca de una ambulancia: había un accidente adelante. Lenta pero inevitablemente me acercaba al lugar y pude ver con mayo claridad un par de patrullas más y otra ambulancia; no sólo era un accidente, era un "aparatoso accidente" donde seguramente alguna persona, o tal vez más de una, haya perdido la vida. Ahora, cuando llegué exactamente al lugar del siniestro, intenté no voltear. Se supone que uno no debe voltear a ver cuando algo así se te presenta al lado del camino, pero la curiosidad es a veces mas fuerte que uno, lo toma fuerte de la cara, y nos hace voltear hacia donde está la desgracia. Es algo inherente a nosotros, esa curiosidad es implacable como la comezón fuerte que nos hace dejar todo lo que estamos haciendo para rascarnos hasta que nos deje en paz. Ese tipo de curiosidad se le llama morbo. Fue el morbo el que me hizo voltear a mi izquierda solo para ver un jetta rojo volteado, con el techo aplastado. Aquello era un desastre de vidrios rotos, fierros retorcidos y sangre esparcida por el suelo. "Ojalá no hubiera volteado", pensé al ver como subían dos cuerpos tapados con sábanas a una camioneta del SEMEFO, mientras a una mujer la subían en camilla a una ambulancia para llevársela al hospital. Estaba muy golpeada, y su cabello y su ropa estaban ensopados de sangre; estaba conectada al respirador, y su cabeza chicoteaba levemente mientras la subían a la ambulancia, respiraba fuerte, con grandes bocanadas, como queriendose llevar gran parte del oxígeno que soltaba el respirador. La vista de aquello fue lo que me hizo desear no haber volteado, pues ahora iba a llevarlo conmigo el resto del día, y me provocó quererme ir de allí lo más rápido que se pudiera. Como si me leyeran el pensamiento los coches frente a mí, comenzaron a moverse con rapidez hasta salir del túnel. Al salir volvió el radio y me tranquilizé, en eso, sonó de nuevo mi celular: era el mismo numero que entró en el túnel, al contestar me llevé la sorpresa del mes: era César "El Flaco" Rodríguez, un amigo de la universidad del que no escuchaba nada hacía mucho. Me llamó para saludarme, para ver como estaba, me preguntó por Dalma, el negocio, la vida. Me contó que se casó, que su Aleida, su esposa, estaba embarazada de tres meses, que estaba tranquilo y a la espera de que llegara su bebé. Le pregunté que le gustaría que fuera, me dijo que no tenía predilección, pues la mera idea de ser papá lo entusiasmaba; me alegré mucho por el, pues desde la carrera yo sabía que el quería ser padre de familia. Conversamos un ratito nada más. Le notaba un poco apresurado, y la señal se debilitaba. Después me dijo algo como "Gaspar, tengo que irme, tengo mucha prisa, de hecho me estan llamando ya. Luego te marco para vernos y nos tomamos unas cervezas ¿te parece?", le contesté que sí y colgó. Me extraño de sobremanera que me haya llamado tan de improviso, pero fue una sorpresa agradable, pues me hizo más ameno y corto el resto del camino. Llegué a mi casa, y encontré a Dalma en el cuarto viendo televisión. Me saludo y me pregunto porque había tardado tanto, le conté del accidente del túnel; me interrumpió para decirme que se lo contara mientras cenábamos. Accedí. En cuestión de minutos ya estabamos cenando y le conte del accidente, de los cuerpos tapados y la mujer del respirador. También le platiqué de la extraña llamada que recibí. Ella me dijo que también el Flaco la había llamado a ella y charlaron un rato, incluso fue minutos antes de que yo saliera de trabajar. "Me preguntó mucho por ti", me dijo Dalma "Que como estabas y todo eso, le dije que bien", luego yo le dije que el Flaco también me había preguntado por ella, luego le conté del embarazo de su esposa y ella me dijo que también el le había platicado eso y que habían quedado de verse para ir a comer o algo. La de Dalma y la mía eran la misma conversación. Después nos pusimos a platicar de cualquier otra cosa, y nos pusimos a ver televisión. Ya tarde nos fuimos a dormir. En la madrugada sonó el teléfono, y Dalma contestó; cruzó algunas palabras que no distinguí por estar dormido, se demoró más de lo usual para una conversación en la madrugada. Colgó. Reinaba el silencio. Dalma entonces me despertó. Me incorporé y prendí una lámpara; Dalma estaba pálida y en silencio, luego le pregunté quien había llamado. Me dijo que nos había llamado Tito, el hermano del Flaco, para decirnos que César acababa de matarse en la carretera, en un túnel entre nuestro pueblo y la ciudad. Iba con su mujer y un hermando de ella. Iban rápido, una llanta se reventó, y se voltearon. El hermano también había fallecido, ella estaba en terapia intensiva, la habían operado, tenía contusiones graves y hemorragia interna, también había perdido al bebé. Los doctores habían hecho todo lo humanamente posible por salvarle, pero el pronóstico no era bueno, de hecho, esperaban lo peor. Dalma rompió a llorar. No lo podíamos creer. Habíamos hablado con el horas antes de eso. Con Tito hay confianza pues lo vemos seguido y nos llevamos tan bien con él como nos llevabamos con el Flaco, Dalma le dijo que nos había llamado horas antes, el preguntó extrañado a que hora había sido y le dijimos que fue al rededor de las nueve, más o menos. El nos dijo que eso no podía ser, porque el accidente fue media hora antes, y el Flaco había muerto al instante. Traté de consolar a Dalma. Y le llamé a Tito para darle el pésame, hacerle saber nuestro apoyo, y preguntarle donde serían los servicios funerarios. Me agradeció, y me dijo que aún no sabían, pero que en cuanto tuviera noticias me llamaba. Nos fuimos a dormir, al despertar nos llamó Tito para decirnos que la esposa de César, también había fallecido, y la iban a velar en el mismo lugar que a su marido. Los servicios eran esa tarde, y fuimos. La familia estaba desecha, fuimos a darles nuestras condolencias y nos agradecieron. Hablé un momento con Doña Alma, la madre de César. Y al abrazarla, me agradeció estar ahí. Estuvimos ahí dos horas más, luego nos fuimos, pues el camino de regreso era largo, y yo trabajaba al otro día. Semanas después coincidí con Tito, y nos fuimos a comer. Charlamos de cosas sin importancia. Después la plática llegó al Flaco, como estaba su madre manejando la situación. Me dijo que su madre estaba tranquila pero triste y que él le habia platicado de la llamada extraña que habíamos recibido aquél día. A la señora no le extrañó eso. Al preguntarle por qué, Tito se puso muy serio y me dijo: "Porque mi madre vió a César parado en la entrada de su habitación, al ver que el Flaco no se acercaba a saludarla, ella misma se levantó de su sillón a saludarlo, en ese momento César desapareció. Eso paso en el mismo momento que estaba teniendo el accidente. Simplemente se estaba despidiendo". No lo podía creer y se lo hize saber a Tito. "Yo tampoco creía al principio, pero luego soñe con él. En el sueño lo ví caminando frente a mí al lado de una carretera, al acercarme él voltea y comienza a charlar conmigo: se estaba despidiendo de mí. Se disculpó por no haberlo hecho antes, pero me dijo que tenía mucha prisa, pues lo estaban llamando ya". Eso me extraño bastante, pues lo mismo me había dicho a mí y a Dalma. Se lo dije, pero fue como lanzar sal al mar, porque tanto él como yo no nos explicábamos como pudo pasar eso: iba más allá de nuestro entendimiento, entre más vueltas le dábamos al asunto, menos sentido tenía. Decidimos dejarlos por la paz y nos quedamos con la idea de que simplemente fue una manera escalofriante por parte del Flaco de despedirse de nosotros una última vez. Esa noche regresé por la misma carretera de siempre, y pasé por el túnel donde el Flaco había muerto. La única diferencia ahora, esque en mi camioneta todo era silencio.

Fragmentos (5)

viernes, junio 08, 2007
"No sé lo que me está pasando hermano. No lo entiendo, por eso no lo puedo solucionar". Eso me dijo Luciano, cuando lo volví a ver después de quien sabee cuanto tiempo sin saber de él. Ya no era el mismo que conocí en las clases de catecismo para hacer la primera comunión, no es el mismo de la secundaria, de la preparatoria, ni el mismo tipo bonachón, sonriente y cálido que solía ser desde que comenzó nuestra amistad. Algo en el cambió. Le notaba tenso, meditabundo, y con un cierto dejo de paranoia, completamente ajeno, diametralmente opuesto a como lo conozco; volteaba a todas partes, sin recargarse en la silla y sin disfrutar su cerveza. Lo veía a los ojos y no podía sostenerme la mirada dos segundos, volteaba hacia abajo, se concentraba en algún punto del suelo, alguna basura, algun insecto que lo distrajera. Luego subía la cara y me miraba, hace como que ve mis ojos, pero no era así; era como si estuviese concentrándose en mis cejas o mi frente, algo que despiste, que me hiciera pensar que me esta mirando a los ojos sin hacerlo. Pero lo conozco, se que es algo más: "No se lo que sea Gaspar, de verdad no tengo idea a que se deba, ni de donde viene. Solo sé que está en mi cabeza y sé que no me deja vivir". Me repite, pero no lo comprendo. ¿Que podría ser tan oscuro, tan pesado, tan espeso como brea o chapopote que no lo deje vivir, que no lo deje ser?, pienso "¿Tienes algun problema serio Luciano? ¿Como algo te puede tener así...?"; "¿Así como?" me dice alebrestado. "Pues tan ajeno a todo. Aquí estás, y sin embargo estas lejos hermano"; "Te digo que no lo sé". Me dice, queriendo dejar todo por la paz. Hace seis días de aquello. Hace dos días, me invitó a jugar ajedrez a su casa, lo vi peor. Errático, moviendo la cabeza y tronandose el cuello cada tanto, estaba jorobándose, como si trajera un chango en la espalda y le estuviera brincando encima. Lo más preocupante -y va a sonar frívolo- era que de las tres partidas que jugamos, las perdió todas; Luciano pierde en el ajedrez cada década; su dominio del juego es una cosa de otro mundo, por ello mi extrañesa: jamás en la puta vida le gané y ahora, de buenas a primeras, le gano tres veces seguidas. En ese momento comprendo que la cosa es seria y que de verdad, no lo deja concentrarse, y mucho menos vivir. Es preocupante esto, y más, que ni el sepa de lo que se trata. "Ya no quiero jugar hermano" me dice, "No tengo ganas". "¿Que quieres hacer entonces Lucho?" contesto, "Nada. No quiero hacer nada, quiero sentarme en la mecedora y esperar morirme, nada más, quiero que esto termine carnal, de verdad, ya no puedo más". Me impactó escucharle decir esa infamia, tanto, que me desarmó; la mente se me hizo puré, luego se hizo bola, y luego se enredó como el queso oaxaca. Por primera vez en mi vida, no di respuesta porque no la tenía y sólo pude balbucear algo como: "¿Por qué?". "No se viejo, y francamente, ya no quiero saber ¿Puedes dejarme solo?". Lo hize, me despedí, y me largué de ahí, blanco de pánico y con las mandíbulas apretadas del susto. Algo andaba mal. Muy mal. Pero no sabía que. Así estuve hasta hoy; fui a su casa, toqué, y me abrió Angélica, su esposa. Me hizo pasar. "Esta atrás en el patio, pásale Gasparito" me dice tranquilamente; si ya estaba asustado por la condición deplorable de Luciano, lo estaba más aún por la tranquilidad con la que lo tomaba Angélica. Era indescriptible: su calma imperturbable me recordaba el silencio antes de las guerras, o el vaivén del magma antes de la erupción: me asustaba horriblemente. Supongo que vio el gesto de terror que no supe disimular, entonces, mirandome fijo y sonriendo ligeramente me dijo: "No te preocupes Gaspar, de verdad, Lucho está bien, anda chiple nada más". Chiple. No lo podía creer: Luciano hecho trizas en el patio, con ganas de morirse, de ya no seguir más, con una pesadez viscosa que no lo deja hacer nada, y Angélica me dice que Lucho anda chiple, haz el favor. Le contesto con un gruñido de fastidio y preocupación, camino al patio, mientras me alejo escucho que me ofrece algo de tomar y declino su oferta, no estoy para cortesías. Entro al pasillo que conecta la estancia con el patio. Salgo y lo encuentro ahi mismo, donde lo dejé: sentado en su mecedora, sin bañar, despeinado, con la barba azulándole, apestando a resaca y a cigarro. Lo saludo pero no me contesta. Veo a César, su hijo, jugando con un Spiderman, haciendo ruidos y trompetillas que hacen de explosiones. Me ve, interrumpe su juego y se acerca. Me saluda con un "Hola tío" y me dice "¿Vienes a ver a mi papá?", "Si", "Ah, pero no le hagas caso, anda chiple". Entonces regresa a su lugar, se deja caer sobre la fresca hierba del patio, y sigue en sus juegos. Luciano sigue perdido. La botella de ron a su izquierda me dice que no está crudo, sino que esta todavia en estado de ebriedad. Está dormido. Lo muevo para despertarlo: "Lucho... Lucho... Lucho despierta cabrón"; lentamente vuelve en sí mi amigo, me ve, se tarda en reconocerme y luego dice: "Ah, hola". Le pregunto como está, me contesta que sin novedad, luego le pregunto que cuanto lleva bebiendo, y dice que desde que dejamos de jugar ajedrez. Luego le respondí que hacía dos días de eso, me dice que entonces lleva dos dias bebiendo. Me quedo callado. Lucho se levanta y se pone a caminar rumbo a la cocina; "Esque tengo hambre y ganas de cagar, perdona que no te ofrezca nada pero se me terminaron las botanas, el ron y los cigarros; que vergüenza". Entra en su casa y lo sigo. Abre el refrigerador, saca un trozo de queso y se corta una rebanada generosa, me ofrece, me niego. "Ya encontré lo que me molesta", me dice "¿Ah si? ¿Y que es? ¿Que te pasa Lucho?", "Ya se me olvidó. Creo que andaba chiple nomás. ¿Ya desayunaste?".