Fragmentos (1)
Puede ser que no sea muy bueno, pero meh, escribir una novela se me hizo fácil. ¿que quieren? estoy chavo todavía...
Primer fragmento de "La Banca"
Pues bien: no sé que estoy haciendo. Hace rato, en el café internet donde estoy, me encontraba sentado en esta incómoda silla de metal pardo, checando la cantidad horrible de correos electrónicos que me han llegado (no por solicitado, sino por pasar mucho tiempo sin entrar en él), y comenzó a trabarse la máquina esta. Me enojé grandemente, tanto, que hasta las lámparas del techo temblaron con el golpe con el puño que le propiné al escritorio. Me disgusta de sobremanera cuando las computadoras se traban: no tengo la menor idea de como hacer que se 'muevan' de nuevo los contendidos de esta cochinada, me hace enojar y me causa comezón en la espalda. Pero bueno. Esperaba pacientemente a que la máquina se destrabara, pero no daba razón ni señal de poder o querer hacerlo, así que decidí apagarla -cosa que, creo, no debe hacerse en un café intentet, pero me vale- y pasarme a otra. Contra todos los protocolos, lo hize. Le apagué y me fui a otra máquina la cual prometía buen funcionamiento, pues acababa de levantarse de ella una muchacha con cara satisfecha de "ya hize todo lo que tenía que hacer". En el inter, mientras hacia el cambio de computadora, me fijé en un tipo joven de lentes, sentado a mi izquierda. Escribía furiosamente en una página como esta, pero pues ingonaraba yo totalmente de lo que se trataba, y me picó, fuerte, el gusano de la curiosidad, ah, la maldita curiosidad. Me puse tras él y haciendo alarde de toda mi metichez y falta de educación, escrúpulos, respeto, aseo personal y todo lo que te enseñan en la casa, le pregunté, así sin más que que era lo que estaba haciendo. "Estoy escribiendo", me dijo el idiota, y por supuesto que lo estaba haciendo. Lo que yo quería saber era donde, como, y porqué. Acto seguido se lo pregunté. "Es un blog, señor, aquí uno escribe lo que quiere, cuando quiere, y como quiera y no tiene que hacer nada más", hombre, pues que bien. Luego inquirí el costo de tan particular servicio del internet, y me dijo que no costaba un céntimo, "es totalmente gratis" me dijo, y totalmente es una palabra que, por supuesto, todo lo abarca, y eso de "todo gratis" a mi me encanta, ¿a quien no?. Ya por último, le dije "Yo quiero uno, ¿como le hago?" y ya me dijo que me metiera a la página de blogger y demás cosas que no vale la pena discutir. Y aquí estoy, escribiendo así nomas por escribir. Lo que nos trae al comienzo de este, eh... fragmento: No se que estoy haciendo. No tengo idea de que hacer con esto. No se que esperar de él, no se lo que me vaya a traer, es más: no se nisiquiera quien me va a leer y porqué querría leerme. Pero pues ya estoy aquí, ya escribí en esto, total, a ver que se puede hacer. Es más, es tan impulsivo este asunto, que el título y el dominio los saqué por que al no tener la menor idea de como ponerle de título a una página de internet, voltée a todas partes y vi el parque frente a este café. Un parque común y corriente: medio limpio, medio grande y medio lleno; o medio vacío, como sea la preferencia. Un parque como todos, con su pasto, sus árboles, sus caminitos de cemento, su kiosko, y ah, la clave: sus bancas. Una banca. La Banca. Paf, he ahí el título de la página. Lo siguiente: la dirección. No pues obvio, La Banca también. El problema, esque alguien más vió una banca y ya se le había ocurrido. Me lo ganaron. Pero no me dejé vencer: comenzé a ver a las personas dentro del parque. Y lo mismo que en los demás, personas corriendo, otras paseando a sus perros, niños jugando, parejas fajando, y ancianos alimentando las palomas con maíz, o migajas, o lo que sea que les dan de comer. Fue en ese momento cuando vi a un señor raro. No raro como asesino en serie, pero raro. Vestido de negro de pies a cabeza, zapatos de charol, pantalón de vestir impecable y perfectamente bien planchado, con chalequito, reloj de cadena, saco a la medida (se notaba porque le sobresalían los puños de la camisa), monóculo y galera muy elegante y anacrónica. Estaba ahí, sentadote, mirando a lontanza y sin mayor oficio que estar ahí como plasta sin hacer nada. Calentando la banca. Como tantos niños mexicanos negados para los deportes, como yo mismo en los años mozos, cuando en antaño me elegían último para las cascaritas de la cuadra. Y ahí estaba la dirección. Así quedamos entonces, justo a tiempo, pues nada más traje veinte pesos, que es lo que cuesta una hora de internet en este lugar. Supongo que este es el comienzo de alguna clase de crónica de mi vida. Pero no lo considero así, pues para empezar, en mi vida no pasan cosas extraordinarias dignas de contar, aunque puedo comenzar a fijarme. Ya veremos.
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