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Neomierda.

Cero credibilidad.

Interviú

Al enterarnos de que había llegado a México un personaje extranjero de gran importancia, acudimos a hacerle la entrevista de rigor en estos casos. Como ustedes saben, las entrevistas suelen ser una lata, tanto para el entrevistador como para el entrevistado, y se desarrollan a base de una serie de preguntas estúpidas y respuestas tontas. Pero no nos queda otro remedio.

Empezamos, pues, con la inevitable primera pregunta:

—¿Es la primera veez que viene usted a México?

—Sí, señor.

—¿Y que impresión le ha causado nuestro país?

—Magnífica. México es un hermoso país, lleno de tradición y colorido.

—¿Le gusta la música mexicana?

—Me encanta.

—¿Y los antojitos?

—Tenga en cuenta que acabo de llegar, y no me encuentro en estado de buena esperanza. No me alburée, por favor.

—Me refiero a los platos típicos de la cocina mexicana.

—¡Ah, vaya! No, no los he probado y no pienso probarlos, pues tengo entendido que pican mucho y sueltan el estómago a los visitantes extranjeros. Además, soy estrictamente vegetariano.

—¿Le gustan las corridas de toros?

—Preferiría no hablar de eso.

—Perdone usted. ¿Cuanto tiempo permanecerá en México?

—Pues yo creo que toda la vida.

—¿Tanto así le gusta nuestro país?

—Si, además que así lo especifica una de las cláusulas de mi contrato.

—¿A que ha venido usted a México?

—Principalmente a casarme. Espero ser el tronco de una numerosa familia.

—¡Que bien! ¿Se puede saber quién es la afortunada?

—Son treinta.

—¡Treinta! Ah, caramba...

—Bueno, pueden ser veintiocho o treinta y dos. Dos más o menos no hacen mucha diferencia.

—En esas cantidades, no, desde luego. ¿Es usted musulmán?

—No. Pero le voy a rogar no tratar esos temas. Ni políticos ni religiosos.

—Perdone usted nuevamente.

—Está perdonado.

—Gracias. ¿Donde piensa fijar su residencia?

—En el campo, desde luego.

—¿Le gusta el paisaje mexicano?

—Me encanta. Especialmente por lo verde que está todo el año.

—Y el mar, ¿no le agrada?

—¿Viera usted que no? Prefiero el prado y la montaña.

—Disculpe la insistencia, pero ¿por que no le gustan las corridas de toros?

—Me parece un espectáculo cruel, atrabilario y salvaje.

—Nostros lo vemos desde el punto de vista artístico.

—¿Consideran un arte el matar?

—Bueno, claro que siempre se corren riesgos, pero no siempre hay cogidas.

—Me refiero al toro.

—¡Ah, eso si! El toro casi siempre termina muriendo.

—Ahí esta lo malo.

—¿Y por que va a ser malo?

—¡Mecachis en la mar tranquila! ¡Pero hombre de Dios! ¿Esque todavía no se ha dado usted cuenta de que soy un toro?

Muy confundidos, consultamos las órdenes que nos dieron en la redacción, y vimos que, en efecto, se trata de un tal Montbeliard. Ustedes perdonen.
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