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Neomierda.

Cero credibilidad.

Fragmentos (2)

En mi vida me había parecido significante venir aquí al café internet a desperdiciar una hora de mi tiempo. Lo hago, porque es la única manera de saber algo de mi hermano menor, Jesús, que vive en Colombia, cuya única manera de comunicación es el correo electrónico y que por alguna extraña razón, no tiene teléfono allá tan lejos donde vive. Dice que como vive en un rancho muy retirado de la ciudad donde tiene sus sembradíos de café, por la distancia, no alcanza el cableado para el teléfono, ni televisión, ni cable, ni nada. De hecho, creo que a duras penas tiene luz, pero no me consta. Supongo que debo agradecer que se tome la molestia de mandarme correos para saber como está, como le va allá en ese país tan lejano, al que se fue repentinamente de un día para otro, para orgullo de mi padre, que no lo bajaba de talegón, y para la destrucción de los nervios de mi madre, que nunca volvió a ser la misma desde que Chito, como ella le decía de cariño, se largó para no volver. Pero bueno. Esa era la razón principal para venir aquí a batallar con las computadoras que se traban cada cinco minutos y los refrescos calientes que te venden como si estuvieran fríos y viviéramos en el desierto del Sahara. Venía yo a eso: me sentaba aquí, a aplastar mis nalgas y a leer los correos que me mandaba mi hermano desde no sé donde en Colombia. Pero ahora algo cambió. No se porque, apartir de la primera vez que sienté a escribir en este "blog", todo fue distinto. Ahora me dan ganas de desperdiciar miserablemente mi tiempo escribiendo sandeces aquí. Me doy cuenta que quiero escribir sobre muchas cosas, cosas en las cuales antes no reparaba; cosas que suceden a diario en este pueblo, y las que nos han pasado a mi, a mi familia, y al matrimonio que formo con Dalma Patricia, el amor de mi vida y el espejo en el cual mi reflejo es mucho más agradable. Ahora, he comenzado a pensar en qué escribir desde que me levanté de este escritorio al terminar el primer fragmento que puse aquí. Cosas me venían a la cabeza en el baño, a la hora de la comida, mientras saco al perro a pasear, cuando camino por la calle y cuando estoy en el trabajo. Son muchísimas, y ninguna a la vez. Puesto que lo olvido y a la hora de querer recordarlo, simplemente no puedo recuperar lo que pensé. Quisiera tener una computadora en el baño, o ya de perdida en mi casa... habrá que pensar en esa posibilidad muy seriamente, pero después. Ahorita solamente quiero escribir sobre el Domingo, en el que acaeció el evento que une a todo el planeta frente al televisor durante al menos dos horas: La final del mundial del fútbol. Pero no voy a discutir sobre si Italia ganó bien, o si Zidane se volvió loco, o si Marco Materazzi es un mañoso pellizca-chichis. No. De hecho, quiero hablar de lo que provocó ese partido: me reuní con mi amigo Andrés Cortés del Valle, catalán, que vibra con los triunfos del Barcelona y que come no sólo como español, sino como una familia de cinco. Su esposa, oriunda de Madrid y llamada Cristina, que disfruta cocinando para su esposo, y para desgracia de él, y la santa paz de su casa, es Madrilista hasta las chanclas. Arturo es de la idea de dar placer al cuerpo, y de hacer caso omiso de las indicaciones médicas y del clero. Como consecuencia a esto, a Andrecito se le puso el tracto digestivo como accidente geográfico. El médico giró la orden, ciencia consultada y endoscopía de por medio: dieta rigurosa y un maratón de análisis que culminaría con un "Perfil de lípidos" que sirve para saber si estamos pasando aceite y en que cantidad. Fue la hecatombe: Adiós a los vinos, los jamones, los embutidos, las paellas, los mariscos, las chistorras, los cortes y demás. Agua al gusto y lagrima tendida. Andrés sufría, Cristina padecía por ver a su esposo sufrir y por verlo comer "tres judías, una hoja de lechuga, media hostia sin consagrar y dos cubitos de hielo", como ella decía. Ha pasado el tiempo desde entonces, hasta que llego el domingo en cuya fecha cumple años Cristina. Sin dolo, Dalma y su servidor los invitamos a comer en un restaurante en la ciudad. Andrés aceptó con la condición de que tomáramos agua light, para que el pudiera beber también. Ya en el establecimiento, pedimos la carta, y pude ver la insondable depresión en el rostro de mi amigo. Fue entonces que, en un arranque de ibérica rebeldía, Andrés se soltó ordenando cantidades generosas de alimento, una botellota de vino tinto y tres o cuatro cosas para picar. Cristina le imploraba: "¡serénate, Andrés por favor!", "Nada de eso, mujer, ¡que se serenen los de la esquina!" le replicó mi amigo, y se fué con todo a la ofensiva. Al cuarto platillo, tuvo un breve momento de lucidez mientras daba un tragazo de vino tinto, se llevo la palma de la mano a la frente y exclamó "¡Mecachis!, mañana vienen a sacarme sangre para eso de los lípidos. Cuando reaccionó, era demasiado tarde. Cuando por fin salió el cocinero a avisarnos que ya no había más comida, pasamos a retirarnos. Mi amigo paso una noche infernal de Pepto-Bismol, sal de uvas Picot, Melox, Tums y antiácidos variados. A la mañana siguiente, según me platica Andrés, se topó con Genoveva, la muchacha de la casa, y así, en bata de dormir y con el rostro desencajado, le preguntó: "¿Sabes tú Genoveva, lo que es el Colesterol?" a lo que ella le contestó, "No, señor, no sé", "No importa -dijo Andrés- el caso es que es algo terrible. Aquí está una enfermera que te va a sacar sangre por que urge saber como andas del colesterol", "Pero a mi me da miedo, señor" -le dice Genoveva- "Nada, nada, es un piquetito nada más, cosa de nada, anda, haz caso, es por tu bien" -sesgó paternalmente la conversación. Al día de hoy, después de recogidos los resultados, puedo decirles que el perfil de lípidos de Genoveva esta excelente. De Andrés no hay novedad. Cristina sufre. Y ah, si, Ganó Italia.

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