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Neomierda.

Cero credibilidad.

Ay, el mundooo!(lloremos)


Por generaciones, los humanos han vivido con el yugo del fin del mundo sobre sus cabezas, haciendo conjeturas y predicciones, vaticinando desastres, y haciendo sus quinielas; tratando de atinarle a la fecha en la cual nuestro chulo, chulísimo mundo, snif, truene como chinampina.

Este fenómeno data de tiempos inmemorables: Desde las épocas bíblicas, con el hipotético diluvio en el cual el queridísimo, ancianísimo y amiguísimo de Dios, Noé, junto a sus hijos, Sem, Cam y Jafet, hicieron su arca y en ella subió a dos animalitos de cada especie, y en un acto que envidian hasta nuestros días la PETA o Greenpeace, salvó el día, la ecología, y a los animalitos, sob, y comenzó todo de nuevo.

Tenemos, en tiempos ancestrales por igual, a los Mayas y los Aztecas, snif, nuestros queridos antepasados nopaleros que fumaban o tomaban chocolate por igual y adoraban dioses con nombres largos y complicados que decretaban hasta el día propicio para ir al baño a cagar. Quienes, siendo unos chingones para las matemáticas y la astrología, inventaron un calendario de días y un calendario de eras. Si no estoy errado -y no lo estoy-, según los Mayas, el mundo terminará el día 12 de Diciembre de 2012 a las 10:21 aeme [no estoy enterado de el como se chinga el mundo, dispensen], y para el tiempo en el cual vivieron, faltaba un chingo, sin embargo, pensaban en el fin de todo también.

Más cercano tenemos a gente profetizando desastres por todos lados. Las profecías papales, las cuales rezan que a nuestro queridísimo mundo le queda un papa para después venga un pie gigante y nos pise a todos cuales cucarachas. O las profecías de la Sibila, una vieja loca habitante de unas cuevas en Grecia, la cual se drogaba y escribía en pergaminos sus predicciones, pergaminos que vendió al emperador, a un precio exorbitante, el monarca, al negarse a pagar, provocó que la vieja quemara tres de los pergaminos y subiera el precio, para seguir recibiendo negativas y seguir quemando papelitos, hasta llegar al punto en el que el mero mero doblara las manitas, y le comprara los papelitos a la vieja, la cual, como buena estafadora, se largó con la feria y nunca se le volvió a ver, ella predecía el fin de nuestro mundo en su misma época por un tremendo desastre natural, lo cual, podemos ver, es mentira.

Por otra parte, tenemos al siempre recurrido, Nostradamus [aaaay las profesías!!] el cual apuntaba en sus centurias diferentes sucesos, la guillotina francesa [mon dieu!], la aparición de hitler, la llegada del anticristo [¿?], y la caída del world trade center, snif. El hombre, que se llenaba de inspiración para sus predicciones viendo un tazón de latón lleno de agua, predijo que el mundo se haría chicharrón también, y que nadie se salvaría, pero, como es común en todas sus predicciones, no especificó cuando, así que estamos esperando, aunque dudo que suceda.

Ahora, avocándonos a tiempos más recientes, tenemos a la guerra fría y la era Atómica. Donde el mal eran los Camarradas Soviéticos y el bien los Gringos-bonachones-montando-misiles-nuclares. Y donde la carrera armamentista excedió los límites del miedo para comenzar a rayar -a menos para mi- en lo ridículo. En la era atómica la gente concebía la seguridad como un refugio nuclear con capacidad de 6 megatones [no más, no menos] equipado con catres metálicos, latas de comida horrible, y calendarios de chistes elegantes, y el final como una inoportuna luz cegadora mientras pasaban la telenovela, o compraban la verdura para la semana.
Después del desastre, al que le tocó le tocó. Y a los pocos sobrevivientes pues igual de jodido: les esperaban años de lidiar con la contaminación radioactiva, el invierno nuclear. Y vivir con la vela encendida y la febril esperanza de que su hijo naciera, y si nace, no saliera con cuernos, cola de puerco, o pezuñas.

Para nosotros, la cosa es diferente. Es harina de otro costal. Nos ha tocado crecer escuchando de guerras en el golfo, la tormenta del desierto y un loco iraní peleando con los gringos; de batallas encarnizadas entre hermanos en Yugoslavia; de la Irlanda dividida entre católicos y protestantes, que se dan en la madre con palos, piedras y hasta los tarros de cerveza; de la eterna disputa por terrenos entre Israel y Palestina, de un señor Arafat siendo héroe y villano a la vez, de niños Somalíes, con la panza hinchada, las costillas expuestas y los ojos saliéndose de sus órbitas, y el status quo gringo convertido en añicos y fierro retorcido por un grupito de árabes que armados de huevos, fe ciega en Alá, y cuchillos para cortar cartón, derrumbaron el icono de prosperidad y bienestar gringo: Las torres gemelas. Mientras eso sucedía, mientras el mundo se revolvía, potencias se separaban, y nuevos países se formaban, pensamos en que algo cambió, pero nada se ha caído.

No está cabrón darse cuenta que nuestro final no se parece en nada al caos. A un Nagasaki o un Hiroshima, ni el drama del fin por explosión y una nube con forma de hongo simpaticón. Con nosotros no hay escombros de ciudades que fueron, ni el supermercado vacío, con fruta mohosa y carne podrida después de un ataque bacteriológico, ni aquél mercedes benz abandonado en la calle y con la alarma sonando, interrumpiendo el ensordecedor silencio de la muerte. No, lo nuestro es más bien una lenta agonía, un parsimonioso consumo de todo lo necesario para vivir, un desierto implacable, invadiéndonos paso a pasito, una extinción gradual y conciente.

Nuestro fin, mas bien, es esa extraña sensación de cosquilleo al ver guerra por la televisión. Es darse cuenta que el mundo se pudre un poco más al saberte ignorante y lo que es peor, contento con ello. El final lo promocionan por Sky y DirecTv, por Telerisa y TvApesta, es Ventaneando y La Oreja, es Big Brother y la Academia, es Microsoft, Apple y Google. El fin viene empaquetado, listo para calentarlo en el microondas. Es voltear y ver que ahora es más importante ver la próxima actualización de tu antivirus, en lugar de hablar con tu familia, es el CEO de Grupo CARSO, de Nokia, de Pfizer y Procter & Gamble. Nuestro fin nadie lo anunció o lo predijo, nuestro final es la desidia, la falta de interés, el no le muevas si sirve. El fin del mundo es abrir los ojos un día y ver por ti mismo que todo se fue a la verga y no hay nada que hacer, más que quedarse a bailar y ver los juegos artificiales.


Victa iacet Virtus.
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