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Neomierda.

Cero credibilidad.

Los milagros existen.


Hoy se jugó uno de los partidos más emotivos y dramáticos que me hayan tocado ver, una auténtica batalla de proporciones épicas, que quedará en los anales de la historia del futbol, escrita como la leyenda del equipo rojo, por el que nadie daba un peso al inicio del torneo, y que pasando a los grandes equipos, a fuerza de tesón, corazón y entrega, se coronó campeón del torneo más importante y de mejor nivel en el planteta.

Pareciera que estoy describiendo la típica historia de David contra Goliath, o que estoy dando una sipnosis de alguna película hollywoodesca, en la cual los chafas se levantan contra todos y salen trinunfantes... pues no señores, esto fué la vida real.

Ya desde el inicio el partido prometía. Pero poco esperábamos lo que paso.
Cuando vi a Paolo Maldini adelantar al Milan a los 54 segundos de iniciado el cotejo, lo primero que pensé fue en que defenderían con uñas y dientes esa pequeña ventaja de un gol, que cayó como balde de agua fría y enmudeció a la tribuna roja, imaginaba a un equipo italiano replegado completamente, cuidandose en exceso. Pero, como muchas veces durante el encuentro, me equivoqué. Pues vi a Hernán Crespo poner el dos a cero, y dos minutos antes del descanso, el tres por cero, que, al parecer, sentenciaba el partido, sorprendido, comenzaba a hacerme a la idea de ver una goleada de antología, y ver a los jugadores ingleses caer de espaldas en el suelo turco -de cansancio y desesperanza- al terminar el juego. Con caras largas, de tristeza y amargura de los hinchas ingleses, y de éxtasis y orgasmo en los italianos, se pito el medio tiempo.

No sé, y probablemente nunca me entere, de que fue lo que dijo o hizo Rafa Benítez en el vestidor al pitarse el final del primer tiempo. Ignoro completamente lo que haya acontecido ahí dentro. Pero una cosa me queda bien clara: lo que sea que haya pasado, propició una de las reacciones más cabronas, más bravías e intensas que jamás me haya tocado ver. Una reacción a tambor batiente que buscaba la luz. Un despertar que valió un campeonato.

Y todo comenzó con el cabezaso del capitán Steven Gerrard, valuarte del equipo rojo, que a base de tezón, consiguió vencer a Dida. Y acercándose a la tribuna a celebrar con los rojos, comenzó a formar la tormenta que habría de venir. Pues dos minutos después, Vladimir Smicer, con un certero disparo, volvió a horadar la portería del brasileño para poner la cosa tres por dos, y devolverle el color a las pálidas mejillas, el alma al cuerpo y los latidos al corazón de los fanáticos rojos, y para coronar, una falta flagrante en el area de Gattuso sobre Gerrard, se marco pena máxima, que Xabi Alonso cobró y el tiro fue rechazado por Dida, pero en el rebote fue certero y el esférico quedó en las redes.

Era para no creerse: en un abrir y cerrar de ojos el marcados estaba tres a tres. Nadie se imagino, ni en pedo, que una cosa así llegara a suceder. Pero el partido ya era de Liverpool. Después de la reacción, vino la prórroga y los penales, donde el corazón se impuso a la experiencia, donde se voló un tiro y se detuvieron dos penaltys italianos, 3 - 2 al final. Y luego vino el estallido, el bramido de los scousers, y con ella la gloria europea.

El ver a Gerrard levantar la copa, la sonrisa de Rafa Benítez, el baile de Cissé, los gritos de emoción de Morientes (que creo que padeció como nadie esta final, pues no pudo hacer nada), el confeti escarlata cayendo sobre el triunfador, con la copa en alto, y el You'll never walk alone y los gritos reverberando en las paredes del estadio...

Este fue un señor juegazo. Uno de esos eventos memorables que en veinte, treinta o cincuenta años seguiré recordando. Es de estos momentos de los que esta hecha la tela de la vida... Queridos míos, el futbol es hermoso y una de las razones por las cuales la vivir merece la pena.


Viva el Futbol. Viva el Liverpool.


Victa iacet Virtus
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