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Neomierda.

Cero credibilidad.

El señor de los anteojos

¿Es suficiente un solo defecto, anormalidad o aditamento para definir toda la personalidad de un sujeto?

No pocos ciudadanos se sienten profundamente humillados por sus semejantes, ya que, a pesar de poseer un cerebro pensante, un corazón generoso, una habilidad determinada, por el solo hecho de haber perdido el pelo o de tener abultados los labios son denominados "el pelón" y "el avión", respectivamente. ¿Es que la gente no se fija más que en estas características sin importancia?, se preguntan consternados los ofendidos. ¿Es que para el público en general no somos más que una bóveda craneana monda y lironda o un belfo de llanta inflada?

En las mismas circunstancias nos encontramos aquellos hijos de Dios que, por vernos obligados a llevar gafas para compensar las dioptrías que nos escatimó la naturaleza, somos denominafos por el vulgo como "el cuatro ojos" y por las personas educadas como "el señor de lentes"

Esto es injusto, digo yo. Si se nos observacon un poco de atencion, se advertirá que no sólo tenemos gafas. También tenemos llaveros, bolígrafos, botones, piezas dentales postizas, credenciales de algo y, en algunas ocasiones, hasta dinero o entradas para el futbol. ¿Por qué, entonces, únicamente se toman en cuenta nuestros lentes?

Hasta tal punto cierta gente desaprensiva no en nosotros mas que nuestras gafas, que en su impertinencia llegan a llamarnos simplemente "el de lentes". Y así no tienen empacho en decir: "atrás de aquel tipo de lentes"... "cuidado, no vayas a atropellar a ese viejo de lentes"... "ayer estaba borracho tu amigo de lentes"... Y así por el estilo. Para muchas personas no somos más que artilugios ópticos. Todo lo demas pasa inadvertido: nuestra profesió, nuestros méritos académicos, nuestra posición social y económica, nuestra ideología política, nuestro conocimiento del esperanto, nuestro pegue con las viudas, nuestra habilidad para bailar el tango. Aviesamente rebajan nuestra dignidad, convirtiéndonos en personas físicas y jurídicas, en simples especímenes del homo sapiens con anteojos. Y a veces hasta lo de homo sapiens nos quitan, dejándonos en los puros anteojos.

De niños, nuestros compañeros de escuela, con esa perversidad característica de la infancia, nos hacían la vida pesada con el apelativo de "cuatro ojos". Cuando crecimos en estatura, al par que ellos crecieron en estulticia, nos llamaron "ojos de vitrina". Ahora, ya calvos y panzones —y obligados ellos mismos a usar anteojos, aunque sólo sea para leer— nos preguntan aviesamente cuál es la marca de la botella cuyos fondos nos colocamos sobre la nariz. Como se ve, este artificio óptico sigue siendo para ellos la clave de nuestra personalidad.

En el círculo de nuestros ex condiscipulos hay uno que ha destacado internacionalmente como jurista, diplomático, sociólogo y escritor de altos vuelos; sin embargo, al hacer referencia a él, otro compañero que no ha pasado de perico perro, pues sus únicos laureles son los de ser padre de familia y oficial cuarto en Hacienda, lo llama "el chaparrito aquel de los anteojos"/

Naturalmente que los así agraviados les tenemos cierta simpatía y hasta apego a nuestras gafas, ya que sin ellas nos exponemos a comernos la servilleta, a recibir una bofetada al besar a una señora ajena creyendo que es la nuestra, y a que nos haga puré un camión, pensando que es un anuncio de la Coca-Cola. Pero tal afecto tampoco es tan profundo como para llevarnos al extremo de creer que somos menos importantes y significativos que un par de cristales con arillos. No hasta el extremo de permitir que los anteojos usurpen nuestra personalidad. Eso sí que no.

Aquellos que tan desaprensivamente nos ubican y denominan nada más como "el señor de los anteojos", "el gordo de lentes", "el viejito de los lentes", sin duda ignoran el papel subalterno que juegan estos instrumentos ópticos en nuestra existencia. Aun quitándonos las gafas, ¡cuántos sentimientos, cuántas pasiones, cuántas virtudes, cuántas facultades, cuántas aspiraciones, cuánta fuerza vital, cuánta ternura, cuántas fobias, cuántas lubricidades, cuánta poesía y cuánta capacidad de crédito quedan aún dentro de nosotros!
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