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Neomierda.

Cero credibilidad.

Fragmentos (3)

Estoy extrañado: es verano y no ha llovido tanto como esperaba aquí en el pueblo. No hay que entender mal: ha llovido a cántaros, pero es poca cosa comparado a lo que llueve casi siempre por estos lugares, que en cantidad, es mucho mayor a la que cae en otros lugares del país. Aquí estamos acostumbrados a lluvia larga, profusa, implacable, que no te deja ni a sol ni a sombra. Aquí escampa lo suficiente como para salir a barrer la banqueta levemente, meter rápidamente la ropa colgada afuera para volverla a lavar, llamar al perro para que entre a la casa, cerrar las ventanas y salir a comprar unos cigarros. Luego vuelve a llover a cántaros. Una vez llegó al extremo, empezó a llover y no paró por dos meses. Dos meses completo, ocho semanas de lluvia ininterrumpida; la verdad, aquí podrá ser un pueblo y lo que uno quiera, pero tenemos un excelente sistema de drenaje y nunca, por mucho que caiga, nos inundamos. Es muy raro. Esa ocasión tan memorable de la lluvia de los dos meses, sí nos inundamos, andábamos hasta el cuello de agua. Bueno no tanto, más bien hasta la banqueta. Aunque de todas formas es mucha agua. Total: andabamos todos sin zapatos, con los pantalones subidos hasta las rodillas, y caminando con muchísimo cuidado para no resbalar y provocar una desgracia. Algunas si sucedieron, gente se resbaló y pegó costalazo, cayó de sentón, se fue de bruces, o ya de plano se iba de espaldas. Era como la casa del jabonero: el que no cae resbala. Yo nada másresbalé una vez, no pasó a mayores. Ahora bien, como decía: es verano y no ha llovido como es la costumbre aquí, de hecho hace un clima templado excelente. El sol sale lo suficiente para calentar, y luego el cielo nublado lo tapa para refrescar el ambiente, hay una brisa fresca muy agradable y propicia para salir a jugar fútbol, recostarse en el jardín sobre la hamaca, o sentarse fuera, prender un cigarro y ver la vida transcurrir. Eso estaba haciendo yo exactamente: sentado fuera sin hacer nada. Y esque ahora tengo mucho tiempo libre, pues Dalma se fue de viaje con mi Madre y no regresan hasta el domingo. Así que en la casa estamos nada más mi Papá (que está aquí para no estar sólo en su casa), Hilaria, la doncella de la casa (así pide que le digamos. Muchacha, sirvienta, mucama o cualquier otro apelativo le ofenden, así que nos pide que le digamos "Hila" o cuando nos referimos a ella en su ausencia, entonces es "La doncella de la casa". Tiene años trabajando con nosotros, ya es costumbre.) , y los perros, Valdo y Pecesito. Así la cosa. Los días pasan tranquilos, hay un silencio apabullante en la casa, las luces están apagadas a menos que estemos en uno de los cuartos, y solamente una televisión esta encendida si alguien la está viendo. Reina la calma en mi hogar. A veces viene mi hermano Baltazar a comer a la casa después de dar clases en la escuela y después de la sobremesa jugamos dominó. Luego viene Brida, esposa de mi hermano y jugamos cartas. Si no están ellos, jugamos ajedrez Papá y yo. Hay demasiada inactividad. Extraño el ir y venir de Dalma en la casa, el ruidajo de todas las televisiones encendidas, el resplandor y la reverberación de todas las luces de la casa prendidas como en la feria. Extraño los gritos que pega, y los ladridos de los perros cuando la ven, la oyen o la huelen. Extraño a mi mujer. Mi padre está igual. Extraña mi madre, su arroz con leche, el café con leche, las sobremesas eternas y la plática que continúa mientras recogen la cocina. Los perros han hecho silencio como ya dije: están tristes, deprimidos, cabizbajos y meditabundos porque buscan a Dalma y no está. Aunque no todo está tan mal. Decidimos que comer cada día, tenemos tiempo para leer, mi padre y yo tenemos largas pláticas, de esas que tienen dos personas que tienen tanto por decirse, pero no saben por donde comenzar. Y con este clima tan agradable, salimos a caminar mientras fumamos. Nos acompañamos. Es muy bonito. Hoy por ejemplo, fui al banco, a cobrar un cheque. Al salir encontramos a un mendigo pidiendo limosna, pero no era un mendigo cualquiera, pues bajo su ropa gastada, su cabello alborotado cubierto por un sombrero de paja raído, y su barba incipiente, se asomaban sus huaraches con pies de uñas perfectamente cuidadas, recortadas a conciencia. Las de las manos igual, eran manos gigantes y duras, de gente trabajadora. No supe ni como, pero comenzé a platicar ligero con él, me dijo que venía de la sierra, que se iba a trabajar "al otro lado" de jardinero; pero lo deportaron, se fue pidiendo aventón, y aquí vino a tronar cuando se le terminó el dinero. Era su primer día de mendigo. Por eso no daba tan mal aspecto. Le ofrecí empleo en mi casa o para la fábrica. Aceptó gustoso. Continuamos la plática camino a mi casa, me dijo que se llama Eulalio Flores. Ya después averigué específicamente que se iba a estados unidos a trabajar de jardinero, a piscar fresas o tomates, que es soltero, sin hijos y que se iba a buscar un mejor porvenír, pero lo cacharon, el solamente quería ejecutar un trabajo digno que además es su pasión: la jardinería. Al llegar a la casa, para enseñarle el jardín donde trabajaría, se presentó muy educadamente con mi padre (se aburrió de esperarme y regresó a la casa) y luego vio a Hilaria, que traía una charola con café para mi papá. Eulalio se quitó su sombrero de paja, lo puso contra su pecho y saludó con una especie de reverencia a Hilaria y simplemente dijo: "Señorita, buenas tardes tenga usted". Hilaria tiró la charola. En ese momento, se sonrojó exageradamente, recogió las cosas avergonzada y pidiendo disculpas se fue. Mi padre estaba muerto de la risa, también yo. Eulalio sonreía ampliamente y los ojos negros le brillaban. Creo que ya encontró su lugar.

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