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Neomierda.

Cero credibilidad.

Ira.


No se como, pero si alguien está leyendo esto, puede considerarse afortunado: está ante el que, seguramente, es el único vestigio sobreviviente de esta horrible hecatombe. Esto que ven -y espero, de todo corazón, entiendan- explica el terrible desastre del cual todos fuimos víctimas. Todo el planeta fue arrasado y no supimos ni de donde vino el golpe. Realmente una cosa de otro mundo, inexplicable, rápida, voraz y devastadora.

Los que tuvieron oportunidad, o los pocos sobrevivientes que alcanzaron a salvar -no por mucho- el pellejo, le daban muchos nombres: 'La muerte alada', 'El azote de Dios', 'La ira de Yahvé', 'La colera materna' y otros tantos y tantos nombres, que, unos biblícos y otros solemnes, pretendían describir el mismo desastre.
Por ahorrar fuerzas, cordura y otras cosas que para el que lea esto no deben importar tanto, solo la llamaré 'La Plaga', pues no puedo pensar en otra cosa mejor para describirla. Por que eso es lo que fue: una plaga. Alguna clase de enfermedad, de pestilencia o mal, que atacó e infectó al mundo entero en cuestión de días. Una virulencia de la cual nadie se salvó, ni se salvará.

Fue algo que rayó en lo sobrenatural, en lo increíble. Si yo no lo hubiera vivido para relatarlo aquí, no lo hubiera creído y aún viviéndolo, siendo testigo, lo encuentro todavía muy difícil de creer.

Una enfermedad cualquiera, es bien sabido por muchos, que, por muy rápida y devastadora que sea, tarda semanas e incluso meses, para revasar un alcanze de cuidado. La Plaga vino a romper todos los presedentes, nunca una enfermedad se propagó tan rápido, ni tan violentamente como ésta. Pues, según he tenido oportunidad de ver o de enterarme por otros que, junto a mi, vivieron un poco más para ver las consecuencias ,y que ahora, yacen a mi lado pudriéndose, su rapidez era tan sorprendente que era suficiente saber que alguien de tu mismo continente la tuviera, para estar seguro de que, alada y veloz, La Plaga estaba presente en tu país, ciudad, o, incluso, en tu cuertpo.

Esta aseveración, por muy exagerada que pudiera sonar, es completamente cierta. Cuando en mi país supimos de La Plaga por las noticias, ya las primeras víctimas comenzaban a hacerse presentes, y el número de ellas se duplicó en las horas siguientes y fue creciendo exponencialmente, hasta vaciar completamente la ciudad, a expcepción de algunos, que como yo, fuimos inmunes algún momento, por tener alguna clase de anormalidad, que en mi caso, por ejemplo, es el ser mudo.

El mundo se convirtió en un caos. Imaginen mi ciudad, una inmensa metrópoli de mas de 5 millones de gentes, arrazada casi en su totalidad por La Plaga, las calles vacías, carros chocados y abandonados en las avenidas, papeles tirados por todos lados, incendios por aquí y por allá, hechos, seguramente, por personas que, sabiendo el final, decidieron vivir desenfrenadamente sus últimos momentos; fueron días que un anarquista hubiera encontrado hermosos: tu eras tu propio gobierno, aunque tu periodo presidencial durara unas pocas horas.

Me atrevo a decir que soy el único sobreviviente de mi ciudad, pues no he tenido contacto humano en meses. La última vez que vi a un humano fue a un loco, de pelo largo, barba incipiente y ropas andrajosas y parduzcas, que, parado en las escaleras frente de palacio municipal, sacaba billetes de 500 de una caja de cartón, para lanzarlos hacia arriba, al cielo, en otro tiempo muchos le hubieran agradecido tan desinteresado gesto, pero ahora, ese mismo gesto le da un dejo de tristeza, como si presidiese un desfile en honor a su completa, absoluta e irremediable soledad.
El loco no me vió, pero yo a él si. Lo dejé lanzando sus billetes y yo seguí de largo.

La Plaga era una enfermedad horrible, atacaba a la mente, al cerebro, por alguna razón, no causaba dolor alguno, solamente te avisaba que la habías contraído y que te prepararas para el final. Sabías que la tenías en el momento que empezabas a escuchar un zumbido en el oido, más que un zumbido, una clase de tono, de punzada sonora, como cuando escuchas música a todo volúmen y te aturdes, o como el de los canales de televisión cuando dejan de transmitir en la madrugada.

Después viene la pérdida de los sentidos y capacidades, la vista, el tacto, el oido, el gusto, la memoria, el habla, la razón; por supuesto, no en ese orden, ni todos juntos, habían quienes perdían todos y había quienes perdían uno nada más, pero esto, igual causaba desesperación, ansiedad y desasosiego en las personas, que, concientes de lo que seguía y llevados al límite, preferían poner fin a su vida, antes que enfrentar las inevitables consecuencias.

Por último, viene lo que he bautizado como la 'disolución', que es, como su nombre lo dice, el acto irremediable de comenzar a disolverse como la espuma en un tarro de cerveza, a esfumarse, a dejar de existir, sin dolor, pero constatando, no sin pavor, que desapareces, que te desintegras lentamente, como si estuvieras hecho de arena.

Esta Peste, esta plaga, asoló a la humanidad en su totalidad y nadie se salvó de ella, salvo las excepciones ya mencionadas, aunque, según me he dado cuenta, ni ellos, pues hasta los que sufren alguna anormalidad, comienzan a presentar las primeras manifestaciones de La Plaga.

Termino este testimonio, pues mi mente no da para más. Estoy cansado, harto y ademas este zumbido en la oreja me esta volviendo loco y no me permite concen... trarme...


Mierda.



Victa iacet Virtus.
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