Jogo Bonito
Desde que entiendo el futbol, siempre quise saber que se sentía tuviéramos un ídolo, una figura, alguien que marcara época en la historia del balompié. Como lo fueron Pelé, Maradona, Zico, Rivelino, Mario Alberto Kempes o Johan Cruyff
A mi no me toco ver al Maradona que desafiaba la gravedad con sus regates fantásticos, pases alucinantes y maniobras increíbles en el campo que ponían a sus pies cualquier tribuna -rival o propia- del mundo. Solamente alcanzé a ver al Maradona drogadicto y gordo de Boca Juniors que te dejaba pensando cada silvatazo final si ese era, por desgracia, su último partido como profesional.
No pude verlo llevar a un equipo chico de italia como lo era el Nápoles, el solito, hasta el campeonato de la liga italiana, no pude verlo meter goles con las manos y no pude verlo anotar el mejor gol de la historia, ni verlo ganar el Mundial de México 86.
Menos tuve oportunidad de ver al más grande de todos, al que inventó la casaca 10, el padre del fútbol-arte, al rey mismo: Pelé.
Tanto mi venerable abuelo como mi tío -más el primero que el último- tuvieron oportunidad de verlo jugar tanto en televisión como en vivo (malditos) y me cuentan las maravillas que Pelé hacía sobre el campo: su velocidad increíble, la contundencia con ambas piernas y la cabeza, su debut en copa mundial a los quince años y la maravilla que eran los pases de Pelé a Pelé, que no eran autopases como los que vemos ahora, eran, más bien, unas maravillas con el balón que se mandaba por arriba o los costados, metiéndole efecto al balón.
Hablan de Pelé como un extraterrestre, como si al tipo lo hubieran bajado de una nave en algún claro de la selva amazónica diciendo "enséñales como se hace" y el hubiera dicho "A huevo". Pero sobretodo, hablan de O' Rey como un ganador y un virtuoso que nunca necesitó de las manos para ganar partidos.
Todas esas historias yo las escuché con placer, pero al mismo tiempo, también con envidia. Siempre desée que durante el tiempo que yo viviera, tuviera oportunidad de prescenciar un espectáculo de esa magnitud; alguna maravilla -o capricho de la natualeza- que naciera con piernas virtuosas y pegamento en los pies.
Y entonces llegó Ronaldihno.
Ese tipo es una cosa de no creerse, una maravilla que se encarga de repartir magia por el campo, de inventarse regates, de mostrar la felicidad de hacer lo que te gusta, el portador de la fantasía que todo niño que guste del futbol tiene, haciéndote sonreír de paso... todo en 90 minutos y con un balón. Una cosa de no creerse, demasiado grande para ser verdad, y que me despierta repentinamente las ganas de tener nietos para poder contarles la maravilla futbolística de la que pude ser testigo.
Doy gracias a la vida, una vez más, por tener oportunidades que muchos no tuvieron, o no tendrán.
Y por si fuera poco, dejo pruebas fehacientes de todo lo que hablo, para quienes mi palabra no sea lo suficiente elocuente.
Chido