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Neomierda.

Cero credibilidad.

Discapacidad demoledora

Me considero una persona introspectiva de alto calibre que reflexiona mucho; esa es la verdad. Algunas veces pienso por mi mismo, otras veces simplemente no pienso, nada más divago.

Hace unos días me encontraba en ese plan: reflexionaba en mi tiempo libre en la escuela; pensaba en pendejadas de alta alcurnia como: "¿Como le hacen para llenar las latas de soda sin que se salga la espuma, y luego, como las cierran?, ¿Como es posible que exista una especie tan deleznable, tan podrida en la humanidad, como lo son los parqueros de 20 varos, ¿Que sabe mejor, la Coca o la Pepsi?" y otras cuestiones más que francamente me da hueva discutir acá.

Entonces, en ese preciso momento y en medio de mis profundísimas cavilaciones, pasó por donde me encontraba sentado un muchacho ciego, chocaba su bastón contra el suelo para saber que no había obstaculo alguno y caminaba a madres para llegar a algún lugar ¿cual? Quién sabe.

Aquello dió pie a otra nueva camada de pensamientos. Comenzé a divagar sobre las distintas reacciones que tenemos las personas cuando vemos a alguien con alguna clase de discapacidad, como la ceguera de aquel fulano.

Algunas personas no pasan de sentirse apenados por ellos, pues consideran su discapacidad como una carga importante para vivir su vida al máximo; otras, piensan que es admirable el esfuerzo que hacen a pesar de su condición, y alguna más, -las menos-, no pasa de que les valga cinco kilos de verga.

Mi caso en particular, es distinto. Yo conozco a una persona con discapacidad y me impresiona de sobremanera, de hecho, me hice compa de él.

El tipo del que hablo se llama Enrique y lava los carros aquí en mi colonia. Es un tipo trabajador, jovial, platicador, honesto, íntegro y sobretodo, una buena persona. Además es manco, le falta el brazo izquierdo.

Ahora, no sé si perder un brazo califique como una discapacidad 'per se', que te permita estacionarte en los lugares reservados en el cine, los supermercados o los centros comerciales; como lo es obviamente ser paralítico, autista o mogólico; sin embargo, todos estamos de acuerdo en que la falta de un brazo es algo importante. Pero ese no es el chiste de esto.

Enrique perdió el brazo -según me contó- cuando trabaja en Pemex. Estaba haciendo unos jales en una plataforma en altamar, acomodando unos tubos: la máquina transportadora dejaba en un lado los tubos y, de uno por uno, iban colocándolos de manera que otra máquina los subiera a otro nivel.

No sé que estuvieran construyendo, remendando, o por qué razón estaban acomodando esos mentados tubos. Tampoco me lo dijo. Me contó que él estaba al final de ésta 'línea de acomodamiento de tubos' y los colocaba en su lugar. Apilados muy bonitos, listos para su uso.

Entonces, la máquina que subía los tubos al nivel superior comenzó a fallar al tomar la tanda en turno: los soltó, y Enrique, que estaba abajo reaccionó demasiado tarde. Paf, le cayeron los tubos encima del brazo izquierdo, que, sobra decir, quedó como chicle de fresa masticado.

Lo metieron a un hospital del seguro, una vez que se repuso, le dieron una indemnización miserable y lo despidieron pues ya no podía cumplir su trabajo satsfactoriamente por obvias razones. Que jodidos la neta. En Pemex son unas putas, pero pues no solo pasa ahí. Putas hay en todas partes.

Enrique entonces tomó el dinero de su indemnización, agarró sus cosas y se vino a vivir a esta gran ciudad furiosa y pujante, donde corren rios de leche y miel, donde los parias de otros estados encuentran refugio, hospitalidad y calor, donde hay hartas oportunidades deser alguien y que por lo mismo, se aturra de gente del sur a una velocidad pasmosa.

Se puso a lavar carros y hacer trabajillos por aquí y por allá. Así saca para vivir decorosamente y es feliz; dice que si le falta el brazo es por algo. Alguna razón tuvo que haber, algún plan debe tener Dios para el, puesto que los tubos, en lugar de matarlo y dejarlo como pizza, sólo se llevaron su brazo.

Y sí, eso es lindo, pero no lo admiro por eso, o por su discapacidad... lo admiro por que una vez, mientras estaba fuera de mi casa, lo vi casualmente en el momento que dos tipos malencarados lo amedrentaron a punta de navaja con la intención de quitarle sus pocas poseciones; pero no se dejó, puso su cubeta en el piso, y con su único brazo ¡SE TRENZÓ A PUTAZOS con los otros dos! ¡¡¡Harcor!!! Al primero le conectó un chingazo quiebra-huesos en la cara y lo sentó, al otro, finta de golpe al estómago, amague de patada en los huevos y ¡TOMA! ¡upper-cut a la quijada! Suelo los dos pendejos, que cayeron como moscas ante la tozuda humanidad de Enrique y la fuerza demoledora que es SU UNICO BRAZO.

Cuando vi esto, quedé patitieso de la impresión, pero pude rehacerme a tiempo, y llegué corriendo a ver si necesitaba algo, lo que fuera, un cigarro, algo para limpiarse la sangre de sus enemigos o una felicitación ya de jodido.

En efecto, me pidió que le diera un aventón al minisuper más cercano y lo llevé. Bajó, bajé con el, llegó al mostrador donde la tipa que atendía lo vió impresionada. Entonces, de su mochila sacó dos envases de caguama carta blanca y se los entregó.

De inmediato la mujerzuela le cobró, tomó el ticket, crepitó a las hieleras, sacó dos caguamas heladas de ahí, y se las entregó. Ante mi mirada de asombro, me dió una de las caguas y me dijo que me la bebiera, que era en agradecimiento del aventón y por preocuparme por su adusta persona después del altercado.

No podía cerrar mi boca, pues tenía las mandíbulas trabadas de asombro. Asombro por aquél espectáculo digno de una película de Charles Bronson minutos antes, y por el hecho de que me picharon una caguama por darle aventón a un bato que me cae al pedo.

Me dió las gracias de aquella manera tan elocuente y se marchó. Lo vi salir con caguama en mano del establecimiento, sacarla, tomarla con su manota, ABRIRLA CON LOS DIENTES, escupir la corcholata y beberse la mitad del contenido ¡DE HIDALGO! ¡NO MAMAR!.

Dió su trago gigante y vi su cara de placer refrescante, inmediatamente después puso la botella en el suelo, se colgó el balde en el codo y tomó su caguama de nuevo. Con otro trago violento se la terminó, y guardó el envase en su mochila, como un guerrero guarda su espada después de la batalla.

De inmediato volteó hacia mí y me dijo que le cuidara su envase por que nada más tenía dos. Asentí pendejamente. Cruzó la banqueta y agarró la ruta como si nada hubiera sucedido. Yo, por mi parte, quedé ahí como plasta, anonadado. Ese individuo se acababa de ganar mi respeto eternamente, pues si partirle la madre a dos pendejos que le querían quitar sus cosas CON UN BRAZO; beberse de dos tragos una caguama bien fría sin que le doliera la cabeza, picharme otra a mí, tenerme la suficiente confianza como para dejarme encargado su envase, no es digno de respeto y de una estatua en la plaza mayor, no se que lo amerite.

Impresionado, subí a mi carro, llegué a mi casa y abrí mi bebida, helada y refrescante, me cayó de perlas con el pinche calorón culero que hace ahora. Y me quedé pensando, por un instante ínfimo:

-¿Que hubiera sido de aquellos dos imbéciles si Enrique hubiera tenido ambos brazos? Capaz que no la cuentan... capáaaaz

Me cae rete bien ese cabrón. Buena gente.
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