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Neomierda.

Cero credibilidad.

Ayer.

No acostumbro tomarme fotos de ningún tipo, y es muy raro que me preste a salir en ellas, me molesta, me incomoda. Me muestran como soy, no como yo me veo.

Esa animadversión hacia las fotografías la heredé de mi abuela, cuyo asco a su propio proceso de envejecimiento la llevó a extremos que iban desde molestarse cuando le llamabamos 'abuelita', pintarse el pelo negro azabache y a odiar sus propios retratos, ya que el apelativo, las canas y las fotografías, "la hacían verse más vieja de lo que en realidad estaba".

Toda esa cantaleta eran patrañas ideáticas de mi abuela, para defenderese del paso del tiempo, de mantenerlo petrificado, suspenderlo hasta el dia que se muriera; mantenerse joven y bella para que al sufrir el certero golpe de la vejez que la llevase a la tumba, no la agarrasen descuidada.

Y vale decir que tenía como sustentar esa molestia contra el tiempo. Con justa razón: ya no era joven. Pero hasta en el día de su muerte, su cadáver nunca aparentó la edad que tenía. Nunca se vio mal, a pesar de verse vieja.

Pero así era ella: ideática. Y fue así hasta después de muerta. Donde estipuló que se le cremase, pues no quería pasar soledad en el panteón; en la cripta al menos tenía vecinos cercanos que le harían compañía...

Una de las cosas que me heredó, fue el disgusto hacia las fotos. En realidad tengo muy pocas fotos recientes -de algunos años para acá-, en mi poder. Puede ser que algunas personas tengan fotos mías en algún sitio o en el mismo disco duro de sus computadoras, como dije, yo mismo tengo un puñado, y no son más de diez.

Es raro, pues siempre he vivido en el seno de una familia traumada con las fotografías. Existen en mi casa halteros y cajones llenos de fotografías de hace pinchemil años, de momentos que no recuerdo y que si no los veo y me los platican, dudaría seriamente de su existencia... otros son recuerdos muy profundos en mi mente, que de no verlos plasmados no los recordaría... algunos los recuerdo vagamente, como en sueños, dudando si en verdad sucedieron o sólo son un producto de mi imaginación...

Todos ellos los reviví ayer, cuando por alguna extraña razón quise mostrale a Noemi como fue mi infancia chilanga antes de venir aquí. Y que, extrañamente, es también la mejor documentada.

Vimos a mi madre en la flor de su juventud, con 28 años, guapa, esbelta, lozana, rosagante. De cabellera castaña oscura y sonrisa fulminante. De fleco y crepé. De pantalones de mezclilla ridículos y ajustados arriba del ombligo. La vemos caminando resuelta, manejando, acompañada y sola, pero siempre con el mismo semblante tranquilo de quien tiene toda la vida por delante y que apenas la empezó a disfrutar.

Vimos a mi abuelo en su fase de como dirían algunos "adulto en plenitud", Presumiendo su manera derechísima de pararse, haciendo gala de toda su pulcritud y elegancia, incluso al lado de un lugar tan fodongo como una alberca. Lo vemos sonreír, con su cabello negro y su eterno bigote que apenas le comenzaba a encanecer, -a esas alturas estaba al final de sus cincuentas y era abuelo de cuatro mocosos, incluyéndome-, sus lentes oscurisimos, y sus maneras tan refinadas. Casi pudimos percibir el fresco aroma que siempre exhala, pero la tecnología no llega a tanto todavía.

Y vimos también a mi abuela. Guapa, alzada y tan o más elegante que mi abuelo. La vimos con una sonrisa sacada a fuerza cuando era para posar, y una honesta cuando la tomaban descuidada, la vimos al lado de la alberca, en un aeropuerto y en distintos momentos en distintas partes de nuestra cada del DF... Las nombro con tal facilidad porque son muy pocas las fotos donde ella sale, y cosa curiosa, en la mayoría salgo yo.

Pudimos verme en pequeño. Al verme retratado, caía en la cuenta de que -omaigod!- yo también fui un niño. Fui un mocoso impertinente al que le gustaba jugar con sus tortugas ninja, que no comía mas que sopa de fideo, que le gustaban los frijoles negros pero odiaba los bayos sin haberlos probado nunca. Era alguien de contradicciones, pues no me gustaba que me tomaran fotos pero siempre salía bien cuando posaba, incluso haciendo caruchas. Pero cuando mejor salía era si me tomaban con la guardia baja. Mis retratos reflejaban el gesto fresco, nuevo, y honesto de una niñez que apenas comenzaba y la cara limpia con agua y jabón por haber entrado de jugar en el patio sucio.

Recordé a Mazinger Z y al Capitán Centella, y bajar las escaleras de sentón. Me vi sentado en mi sillita roja viendo televisión; recordé el olor a viejo del despacho de mi abuelo, y el olor a tierra mojada de Cuernavaca; pude ver por un momento mi piñata en McDonalds y a la niña que se llamaba Erica que me tiraba el can y a la güerita que se llamaba Carolina y que si le capié. Vi mi pastel de cumpleaños y mi piñata de Miguel Angel que se parecía bastante, y me vi en el patio de mi primaria cuando bailé "Fiesta en America" de Chayanne en primero.

Me vi montando un caballo café y jugando luchitas en el pasto. Me vi jugando con unos chacos de plástico en el borde de una fuente en no se donde. Y me acordé que tuve dos perras que se llamaban camila y camila y que las dos se murieron, y me vi riéndome y llorando por alguna razón y caminando en el DF de la mano de mi Mamá disfrazado de Espaiderman, de Batman, de Payaso, y de Vampiro. Me vi en la obra del kinder disfrazado de tronco, y me vi en el hospital con mi hermana acabada de nacer. Alcanzé a distinguir un poco el smog del DF y su olor húmedo, y poco me faltó para saborear mi sopa... cuando entonces me vi en el campo, en las afueras, con mi madre de rodillas y yo de pie abrazándola y los dos cerrando los ojos y sonriendo... porque éramos felices. Y sentí ese abrazo... y quise llorar.

Y entonces me vi en el espejo, con los ójos pétreos de lágrimas. Y ya no quise ver más.

Que se pudra el tiempo.

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