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Neomierda.

Cero credibilidad.

Ayer.

martes, julio 17, 2007
No acostumbro tomarme fotos de ningún tipo, y es muy raro que me preste a salir en ellas, me molesta, me incomoda. Me muestran como soy, no como yo me veo.

Esa animadversión hacia las fotografías la heredé de mi abuela, cuyo asco a su propio proceso de envejecimiento la llevó a extremos que iban desde molestarse cuando le llamabamos 'abuelita', pintarse el pelo negro azabache y a odiar sus propios retratos, ya que el apelativo, las canas y las fotografías, "la hacían verse más vieja de lo que en realidad estaba".

Toda esa cantaleta eran patrañas ideáticas de mi abuela, para defenderese del paso del tiempo, de mantenerlo petrificado, suspenderlo hasta el dia que se muriera; mantenerse joven y bella para que al sufrir el certero golpe de la vejez que la llevase a la tumba, no la agarrasen descuidada.

Y vale decir que tenía como sustentar esa molestia contra el tiempo. Con justa razón: ya no era joven. Pero hasta en el día de su muerte, su cadáver nunca aparentó la edad que tenía. Nunca se vio mal, a pesar de verse vieja.

Pero así era ella: ideática. Y fue así hasta después de muerta. Donde estipuló que se le cremase, pues no quería pasar soledad en el panteón; en la cripta al menos tenía vecinos cercanos que le harían compañía...

Una de las cosas que me heredó, fue el disgusto hacia las fotos. En realidad tengo muy pocas fotos recientes -de algunos años para acá-, en mi poder. Puede ser que algunas personas tengan fotos mías en algún sitio o en el mismo disco duro de sus computadoras, como dije, yo mismo tengo un puñado, y no son más de diez.

Es raro, pues siempre he vivido en el seno de una familia traumada con las fotografías. Existen en mi casa halteros y cajones llenos de fotografías de hace pinchemil años, de momentos que no recuerdo y que si no los veo y me los platican, dudaría seriamente de su existencia... otros son recuerdos muy profundos en mi mente, que de no verlos plasmados no los recordaría... algunos los recuerdo vagamente, como en sueños, dudando si en verdad sucedieron o sólo son un producto de mi imaginación...

Todos ellos los reviví ayer, cuando por alguna extraña razón quise mostrale a Noemi como fue mi infancia chilanga antes de venir aquí. Y que, extrañamente, es también la mejor documentada.

Vimos a mi madre en la flor de su juventud, con 28 años, guapa, esbelta, lozana, rosagante. De cabellera castaña oscura y sonrisa fulminante. De fleco y crepé. De pantalones de mezclilla ridículos y ajustados arriba del ombligo. La vemos caminando resuelta, manejando, acompañada y sola, pero siempre con el mismo semblante tranquilo de quien tiene toda la vida por delante y que apenas la empezó a disfrutar.

Vimos a mi abuelo en su fase de como dirían algunos "adulto en plenitud", Presumiendo su manera derechísima de pararse, haciendo gala de toda su pulcritud y elegancia, incluso al lado de un lugar tan fodongo como una alberca. Lo vemos sonreír, con su cabello negro y su eterno bigote que apenas le comenzaba a encanecer, -a esas alturas estaba al final de sus cincuentas y era abuelo de cuatro mocosos, incluyéndome-, sus lentes oscurisimos, y sus maneras tan refinadas. Casi pudimos percibir el fresco aroma que siempre exhala, pero la tecnología no llega a tanto todavía.

Y vimos también a mi abuela. Guapa, alzada y tan o más elegante que mi abuelo. La vimos con una sonrisa sacada a fuerza cuando era para posar, y una honesta cuando la tomaban descuidada, la vimos al lado de la alberca, en un aeropuerto y en distintos momentos en distintas partes de nuestra cada del DF... Las nombro con tal facilidad porque son muy pocas las fotos donde ella sale, y cosa curiosa, en la mayoría salgo yo.

Pudimos verme en pequeño. Al verme retratado, caía en la cuenta de que -omaigod!- yo también fui un niño. Fui un mocoso impertinente al que le gustaba jugar con sus tortugas ninja, que no comía mas que sopa de fideo, que le gustaban los frijoles negros pero odiaba los bayos sin haberlos probado nunca. Era alguien de contradicciones, pues no me gustaba que me tomaran fotos pero siempre salía bien cuando posaba, incluso haciendo caruchas. Pero cuando mejor salía era si me tomaban con la guardia baja. Mis retratos reflejaban el gesto fresco, nuevo, y honesto de una niñez que apenas comenzaba y la cara limpia con agua y jabón por haber entrado de jugar en el patio sucio.

Recordé a Mazinger Z y al Capitán Centella, y bajar las escaleras de sentón. Me vi sentado en mi sillita roja viendo televisión; recordé el olor a viejo del despacho de mi abuelo, y el olor a tierra mojada de Cuernavaca; pude ver por un momento mi piñata en McDonalds y a la niña que se llamaba Erica que me tiraba el can y a la güerita que se llamaba Carolina y que si le capié. Vi mi pastel de cumpleaños y mi piñata de Miguel Angel que se parecía bastante, y me vi en el patio de mi primaria cuando bailé "Fiesta en America" de Chayanne en primero.

Me vi montando un caballo café y jugando luchitas en el pasto. Me vi jugando con unos chacos de plástico en el borde de una fuente en no se donde. Y me acordé que tuve dos perras que se llamaban camila y camila y que las dos se murieron, y me vi riéndome y llorando por alguna razón y caminando en el DF de la mano de mi Mamá disfrazado de Espaiderman, de Batman, de Payaso, y de Vampiro. Me vi en la obra del kinder disfrazado de tronco, y me vi en el hospital con mi hermana acabada de nacer. Alcanzé a distinguir un poco el smog del DF y su olor húmedo, y poco me faltó para saborear mi sopa... cuando entonces me vi en el campo, en las afueras, con mi madre de rodillas y yo de pie abrazándola y los dos cerrando los ojos y sonriendo... porque éramos felices. Y sentí ese abrazo... y quise llorar.

Y entonces me vi en el espejo, con los ójos pétreos de lágrimas. Y ya no quise ver más.

Que se pudra el tiempo.

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Rituales.

sábado, julio 07, 2007
Todas las mañanass se levanta y se lava los dientes. Siempre de la misma forma: primero la hilera de muelas de arriba, luego la hilera de muelas de abajo, todas talladas diez veces en ese orden. Siempre en ese orden, a la misma hora, con el mismo color de cepillo de dientes, de no ser así, algo malo podría pasar.

Es el miedo a lo que pase, es esa férrea rutina brutal lo que lo mantiene. El temor inconmesurable de perder todo lo que tiene por desatender lo que le pertenece. Es esa manera loca, enferma, de aferrarse, de apegarse con toda su fuerza a rituales tan rídiculos, tan cómicos, como el lavarse los dientes de cierta forma, a cierta hora. Lo peor: su vida esta llena de estos rituales.

Si no se ha lavado los dientes, no puede salir a la calle. Es su manera de sentirse listo. Puede levantarse tarde, puede llegar con una hora de retraso a trabajar: sus rituales, sus ritos van primero.

Levantarse con el pie derecho. Bajar a la cocina. Prender la cafetera. Subirse a bañar. Terminar y salir en toalla del baño a vestirse, siempre en el mismo orden: calzones, camiseta, calcetines, pantalon, camisa. Bajar por el cafe, tomárselo hirviendo y negro, subir, terminar de acicalarse y lavarse los dientes de la forma en la que lo viene haciendo desde pequeño.

Siempre la misma rutina, siempre regresar. Eterno retorno. Bendito sea Dios que no le dio barba para rasurse... porque entonces no habría tiempo para nada... el poco vello que le sale, lo elimina al contacto con un rastrillo desechable en la regadera.

Es el miedo lo que lo hace ser asi. El pavor al cambio. El recelo a lo nuevo. La fobia incontrolable, la enfermedad mental que lo hace repetir una y otra vez el mismo procedimiento por el miedo que le provoca el cambio radical de su status quo.

"No, no puedo salir sin lavarme la boca... puede pasar algo malo, no se lo que sea... pero seguro algo malo, mejor ni buscarle... aunque vaya tarde, por más que me apure no voy a llegar... mejor continúo no vaya a ser peor..."

Es este razonamiento su atadura. Son sus esposas hechas de superstición. La manera de acometer el mundo y su destino cotidiano: el mantenimiento de si mismo, que lleva a su equilibrio mental.

Es una enfermedad y lo sabe. No le importa. Pocas veces han logrado interferir con su vida sus hábitos peculiares, sus costumbres particulares, en algún momento padeció insomnio debido a la apabullante soledad causada por el repentino abandono de una mujer a la que amó profundamente y lo dejo por ser 'raro'. Lo peor era que nunca reparó en sus rituales, más bien la asustó su manera tan natural de hablarse a sí mismo mientras completaba la rutina de todos los días en soledad, sin incluirla. Eventualmente eso sería su ruina.

Aguantaron dos abortos y una sobredosis. Fueron al infieno y de regreso juntos. Pero el mantuvo sus ritos intactos, siempre el pie, el café, los dientes, el color y las cantidades. Siempre lo mismo. Y como por arte de magia todo estaba normal. Es raro, puen el único día que no lo hizo, fue el mismo día que lo dejaron. Es por eso que ahora lleva una férrea autodisciplina por los hábitos que le impone quien sabe cual fuerza mística más allá de su entendimiento y que se encarga de revisar que sean llevados a cabo todos los procesos que ha iniciado desde su infancia y que si bien ahora ve completamente normales, Para el restpode las personas no son más que algo depravado y deplorable. Como cagarse en la sala.

Por eso se proteje. Y proteje a los demás. Y si protejerlos significa seguir con su tutina hasta que muere, por el no hay problema. .. lo único sería... que cualquiera se enterara

311

jueves, julio 05, 2007
Durante mucho tiempo he admirado a las personas que pueden escuchar un sólo disco por mucho tiempo, absorberlo, escuchar todas y cada una de las canciones las veces que sean necesarias, y entonces, formular un juicio sobre él. Y los admiro porque Yo no podía. Me daba hueva.

Hace poco tiempo que lo he podido lograr, y estoy muy feliz con los resultados. Pues al menos, los discos que ahora puedo escuchar enteros, los dejo de corrido y me hacen feliz. Hasta ahora no puedo quejarme de haber escogido un título nuevo para escuchar entero y tener que adelantarle a alguna canción; sin embargo, estoy consciente de que me falta mucho para poder lograr esto que quiero y de una vez por todas abrir mi espectro musical totalmente y escuchar entero cualquier disco que venga a mis manos.

Siempre fui un hombre de canciones, no de discos. Yo escogía lo que quería escuchar y desechaba lo demás... lo he venido reflexionando y creo que mi acercamiento tan pitijiede hacia la musica alguna vez fue compartido en mi trato con las personas: tomaba lo que quería y desechaba lo demás.

Estoy (sigo) cambiando. Para bien. Que gusto.