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Neomierda.

Cero credibilidad.

viernes, junio 24, 2005

Mi principal enemigo.


Me considero una persona tranquila, afable y buena onda la mayoría del tiempo. A veces sucede, no muy seguido, pero puedo correr con la mala suerte de encontrarme a alguna persona la cual me cae en los huevos, en esas ocaciones, puedo ser extremadamente mamón, altanero, soberbio y prepotente, snif.

Esa segunda faceta tiene lugar comunmente con las personas que me desesperan. Y me comporto de esa forma para curarme, reírme de mi mismo y de pasada, de los demás. Aunque se vea ardido, mamón, o como si me afectara el otro, lo cual es mentira, pues me rijo en la simple premisa de 'si no eres mi amigo y me importas, entonces no lo eres, tu existencia y acciones son irrelevantes para mi, me valen verga'.

Cuando yo conozco a alguien, normalmente soy callado y complaciente, tiendo a examinar a la persona, y analizar su comportamiento, en pocas palabras: veo si me cae bien o si no me cae bien y de ahí partimos. Si en algún momento no hubo click [ah suena bien pendejo eso], pues dejamos de hablarnos y sanseacabó.

Es así como he tenido oportunidad de tener un desenvolvimiento social aceptable y satisfactorio hasta cierto punto. Ahora bien, todo esto lo saco a colación, simplemente para llegar al siguiente punto: Mis enemigos no los hize yo, vinieron solitos.

Mi enemigo número uno, el más importante, el más cabrón; es mas viejo que yo, no habla mi mismo idioma, tiene hábitos cuestionables de limpieza, es inoportuno, chaparro, de amplia familia, y para acabarla de chingar, de color.

Mi principal enemigo son las cucarachas.

Durante mucho tiempo, viví tolerando a estas alimañas; a ese numeroso ejército, el cual sale a la superficie cada verano, que aparece en los lugares más inoportunos, y que llena de infeccion todo cuanto toca.

Lo soporté, pues es simple terminar con ellas, para luego patearlas a donde no se vean, y encontrarte al otro día, que miembros de su grey se los llevan, o las hormigas se las comen.

Pero no más. Mi paciencia se terminó, y se terminó ayer.

Anoche, tenía problemas para dormir. Estuve revolviéndome en mi cama, haciendo desmadre y medio con mis sábanas con el afán de acomodarme de forma cómoda y poder dormir; una hora duré haciendo esto, sin resultado alguno.

Después, al darme cuenta de que todos mis intentos eran inútiles, me levanté y decidí bajar por agua. Llené una botella, bebí un poco y subí a mi habitación de nuevo. Me recosté, y en esa posición tomé un poco de agua, fue como tomar un elixir delicioso, pues inmediatamente me entró esa sensación ya muy conocida por todos, y que tiene lugar juto cuando estamos a puntos de dar las nalgas por el día.

Pude acomodarme, boca abajo, mi cabeza sobre mi brazo izquierdo, y mi brazo derecho libre y extendido hasta la cabecera, no había estado asi de cómodo en todo el día, sin mamar, todo era excelente.

No duré asi ni diez minutos. Pues empezé a sentir un cosquilleo en la mano derecha, luego en el brazo. Todavía no estaba lo suficientemente dormido como para que me valiera verga así que moví mi brazo izquierdo de su lugar y la situé en mi muñeca. Sentí un pequeño corpúsculo, duro y blando a la vez, que movía rápida y violentamente algo que seguía haciendo cosquillas en mi brazo. No me tomo mucho tiempo darme cuenta de lo que se trataba: Una puta cucaracha de mierda.

Pude guardar la calma, y liberé al bicho, solo para verlo pasar a lo largo del colchón gracias a la luz que se colaba por la ventana de mi cuarto.

Como resorte me levanté y tomé una chancla con la firme intención de asesinar a la muy puta, pero mis intentos fueron futiles, pues la culera supo esconderse y yo a medio tranze de sueño no pude hacer nada por matarla, así que volví a dormir, indignado por lo que acababa de sucerder.

Fue en ese momento, cuando vino a mi lo siguiente:

A partir de hoy, exhorto a todas las personas que pasen a leer por acá -apropósito o por accidente-, a que se unan al movimiento "Por un México mejor, chinguemos a las cucarachas". Es un movimiento simple, sin soltar feria, sin pulseritas ramplonas, sin reuniones y tertulias de baja estofa, sin manifiestaciones inútiles, sin mitines asquerosos, sin argumentos maniqueístas, nada.

Este movimiento es muy simple: Si tu, yo, ella, el, nosotros o ustedes, nos encontramos a una de esas horribles alimañas buenas para nada, matémosla. Como lo hagan (quemarla, hervirla, meterla al microondas para que explote, o pisandola simplemente) es cuestión suya. Seamos como aquellos míticos escuadrones de la muerte que hicieron leyenda en Colombia, Argentina y demás países. Así nomás, muy clarito el asunto.

Esos entes asquerosos, esos focos de infección, nos superan en número, y en cualquier momento pueden irse en nuestra contra, es menester actuar ahora, cuando la situación puede ser contenida. Es una oportunidad que no podemos dejar pasar. Además, son todas putas y dan asco, razón suficiente para matarlas.

Así que ya lo saben: muerte, muerte inmisericorde a las cucarachas.

snif...

Victa iacet Virtus.

lunes, junio 13, 2005

Ay, el mundooo!(lloremos)


Por generaciones, los humanos han vivido con el yugo del fin del mundo sobre sus cabezas, haciendo conjeturas y predicciones, vaticinando desastres, y haciendo sus quinielas; tratando de atinarle a la fecha en la cual nuestro chulo, chulísimo mundo, snif, truene como chinampina.

Este fenómeno data de tiempos inmemorables: Desde las épocas bíblicas, con el hipotético diluvio en el cual el queridísimo, ancianísimo y amiguísimo de Dios, Noé, junto a sus hijos, Sem, Cam y Jafet, hicieron su arca y en ella subió a dos animalitos de cada especie, y en un acto que envidian hasta nuestros días la PETA o Greenpeace, salvó el día, la ecología, y a los animalitos, sob, y comenzó todo de nuevo.

Tenemos, en tiempos ancestrales por igual, a los Mayas y los Aztecas, snif, nuestros queridos antepasados nopaleros que fumaban o tomaban chocolate por igual y adoraban dioses con nombres largos y complicados que decretaban hasta el día propicio para ir al baño a cagar. Quienes, siendo unos chingones para las matemáticas y la astrología, inventaron un calendario de días y un calendario de eras. Si no estoy errado -y no lo estoy-, según los Mayas, el mundo terminará el día 12 de Diciembre de 2012 a las 10:21 aeme [no estoy enterado de el como se chinga el mundo, dispensen], y para el tiempo en el cual vivieron, faltaba un chingo, sin embargo, pensaban en el fin de todo también.

Más cercano tenemos a gente profetizando desastres por todos lados. Las profecías papales, las cuales rezan que a nuestro queridísimo mundo le queda un papa para después venga un pie gigante y nos pise a todos cuales cucarachas. O las profecías de la Sibila, una vieja loca habitante de unas cuevas en Grecia, la cual se drogaba y escribía en pergaminos sus predicciones, pergaminos que vendió al emperador, a un precio exorbitante, el monarca, al negarse a pagar, provocó que la vieja quemara tres de los pergaminos y subiera el precio, para seguir recibiendo negativas y seguir quemando papelitos, hasta llegar al punto en el que el mero mero doblara las manitas, y le comprara los papelitos a la vieja, la cual, como buena estafadora, se largó con la feria y nunca se le volvió a ver, ella predecía el fin de nuestro mundo en su misma época por un tremendo desastre natural, lo cual, podemos ver, es mentira.

Por otra parte, tenemos al siempre recurrido, Nostradamus [aaaay las profesías!!] el cual apuntaba en sus centurias diferentes sucesos, la guillotina francesa [mon dieu!], la aparición de hitler, la llegada del anticristo [¿?], y la caída del world trade center, snif. El hombre, que se llenaba de inspiración para sus predicciones viendo un tazón de latón lleno de agua, predijo que el mundo se haría chicharrón también, y que nadie se salvaría, pero, como es común en todas sus predicciones, no especificó cuando, así que estamos esperando, aunque dudo que suceda.

Ahora, avocándonos a tiempos más recientes, tenemos a la guerra fría y la era Atómica. Donde el mal eran los Camarradas Soviéticos y el bien los Gringos-bonachones-montando-misiles-nuclares. Y donde la carrera armamentista excedió los límites del miedo para comenzar a rayar -a menos para mi- en lo ridículo. En la era atómica la gente concebía la seguridad como un refugio nuclear con capacidad de 6 megatones [no más, no menos] equipado con catres metálicos, latas de comida horrible, y calendarios de chistes elegantes, y el final como una inoportuna luz cegadora mientras pasaban la telenovela, o compraban la verdura para la semana.
Después del desastre, al que le tocó le tocó. Y a los pocos sobrevivientes pues igual de jodido: les esperaban años de lidiar con la contaminación radioactiva, el invierno nuclear. Y vivir con la vela encendida y la febril esperanza de que su hijo naciera, y si nace, no saliera con cuernos, cola de puerco, o pezuñas.

Para nosotros, la cosa es diferente. Es harina de otro costal. Nos ha tocado crecer escuchando de guerras en el golfo, la tormenta del desierto y un loco iraní peleando con los gringos; de batallas encarnizadas entre hermanos en Yugoslavia; de la Irlanda dividida entre católicos y protestantes, que se dan en la madre con palos, piedras y hasta los tarros de cerveza; de la eterna disputa por terrenos entre Israel y Palestina, de un señor Arafat siendo héroe y villano a la vez, de niños Somalíes, con la panza hinchada, las costillas expuestas y los ojos saliéndose de sus órbitas, y el status quo gringo convertido en añicos y fierro retorcido por un grupito de árabes que armados de huevos, fe ciega en Alá, y cuchillos para cortar cartón, derrumbaron el icono de prosperidad y bienestar gringo: Las torres gemelas. Mientras eso sucedía, mientras el mundo se revolvía, potencias se separaban, y nuevos países se formaban, pensamos en que algo cambió, pero nada se ha caído.

No está cabrón darse cuenta que nuestro final no se parece en nada al caos. A un Nagasaki o un Hiroshima, ni el drama del fin por explosión y una nube con forma de hongo simpaticón. Con nosotros no hay escombros de ciudades que fueron, ni el supermercado vacío, con fruta mohosa y carne podrida después de un ataque bacteriológico, ni aquél mercedes benz abandonado en la calle y con la alarma sonando, interrumpiendo el ensordecedor silencio de la muerte. No, lo nuestro es más bien una lenta agonía, un parsimonioso consumo de todo lo necesario para vivir, un desierto implacable, invadiéndonos paso a pasito, una extinción gradual y conciente.

Nuestro fin, mas bien, es esa extraña sensación de cosquilleo al ver guerra por la televisión. Es darse cuenta que el mundo se pudre un poco más al saberte ignorante y lo que es peor, contento con ello. El final lo promocionan por Sky y DirecTv, por Telerisa y TvApesta, es Ventaneando y La Oreja, es Big Brother y la Academia, es Microsoft, Apple y Google. El fin viene empaquetado, listo para calentarlo en el microondas. Es voltear y ver que ahora es más importante ver la próxima actualización de tu antivirus, en lugar de hablar con tu familia, es el CEO de Grupo CARSO, de Nokia, de Pfizer y Procter & Gamble. Nuestro fin nadie lo anunció o lo predijo, nuestro final es la desidia, la falta de interés, el no le muevas si sirve. El fin del mundo es abrir los ojos un día y ver por ti mismo que todo se fue a la verga y no hay nada que hacer, más que quedarse a bailar y ver los juegos artificiales.


Victa iacet Virtus.

viernes, junio 03, 2005

Verdadero Nacionalismo


Hace tiempo me encontraba con mis amigos en mi casa [que es la de ustedes, snif] y comenzamos a conversar amenamente, y la misma charla nos llevó a discutir sobre nuestro querido, pero muy jodido México. Llegamos a la conclusión -siempre fea, mas verdadera- de que no llegaríamos a ningún lado. Ya que nuestro estancamiento como país esta muy arraigado, permanecemos sin ver, sin oir, sin hablar, ya que no vale la pena, por que, total, vamos a seguir tan jodidos como siempre, en "el país de no pasa nada" [mote ridículo y repugnante con el que nos referimos a nuestro país] que vayamos a donde vayamos, estemos en donde estemos, no podremos escapar de tan horrible situación, dando por hecho que la desgracia nos encontrará donde sea que nos escondamos.

Es entonces, buscando textos de German Dehesa en el google [Snif!] que encontré este texto escrito por Denisse Dresser, el cual me cautivó y quisiera compartir con ustedes, siento que tiene mucha razón. Sin más preámbulos, venga:

El país de uno
Por Denisse Dresser


Alguna vez, el periodista Julio Scherer García le pidió a Ernesto Zedillo que le hablara de su amor por México. Le sugirió que hablara del arte, de la geografía, de la historia del país. De sus montañas y sus valles y sus volcanes y sus héroes y sus tardes soleadas. El ex presidente no supo qué contestar. Hoy es probable que muchos mexicanos tampoco sepan cómo hacerlo. Hoy el pesimismo recorre al país e infecta a quienes entran en contacto con él. México vive obsesionado con el fracaso. Con la victimización. Con todo lo que pudo ser pero no fue. Con lo perdido, lo olvidado, lo maltratado.
México padece lo que Jorge Domínguez, en un artículo en Foreign Affairs, bautizó como la "fracasomanía": el pesimismo persistente ante una realidad que parece inamovible. La corrupción no puede ser combatida; los políticos no pueden ser propositivos; la sociedad no puede ser movilizada; la población no puede ser educada; los buenos siempre sucumben; los reformadores siempre pierden. La luz al final del túnel sólo ilumina el tren a punto de arrollar a quienes no pueden eludir su paso. El país siempre pierde. Los mexicanos siempre se tiran al vacío desde el Castillo de Chapultepec y no logran salir de allí. Por ello es mejor callar. Es mejor ignorar. Es mejor emigrar.
En México, como diría Elías Canetti, los pesimistas son superfluos y 2004 demuestra por qué. Éste es el año de los videoescándalos y la videoviolencia. De los maletines llenos y las reformas inexistentes. De los priistas robustecidos y los panistas divididos. De las primeras damas que quieren el poder y de las mujeres que abusan de él. Del sabotaje a Andrés Manuel López Obrador y del autosabotaje a sí mismo. De la sucesión adelantada y la política paralizada. De desafueros amenazantes y consortes que también lo son. Éste es el año de marchas que no van a ningún lado y de presidentes que tampoco lo hacen.
Vicente Fox se encoge en Los Pinos mientras Marta Sahagún no quiere que la saquen jamás de allí. El Niño Verde negocia un soborno mientras su partido vive de ellos. René Bejarano carga maletines mientras Carlos Ahumada los llena. El embajador ante la OCDE compra colchones y el erario los paga. Dos policías arden en Tláhuac mientras Marcelo Ebrard decide qué no hacer. Roberto Madrazo se apropia del PRI mientras su partido se lo permite. Crónica de catástrofes; crónica de corruptelas; crónica de personajes demasiado pequeños para el país que habitan.
El país de las contradicciones permanentes. El país de las máscaras que ocultan y las caras que sonríen. El país que produce a Marta Sahagún pero también a Marta Lamas. Que produce a Fátima Mena pero también a Fátima Fernández Christlieb. Que produce a Manlio Fabio Beltrones pero también a Rossana Fuentes Beráin. Que produce a José Murat pero también a María Rojo. Que produce a René Bejarano pero también a Julieta Fierro. Que produce a Roberto Madrazo pero también a Ricardo Legorreta. Que produce a Jorge Hank Rhon pero también a Jorge Volpi. Por cada tache hay una paloma. Cien palomas. Miles.
Frente a todos los motivos para cerrar los ojos están todos los motivos para abrirlos. Frente a las razones para perder la fe están todas las razones para recuperarla. Los murales de Diego Rivera. Las enchiladas suizas de Sanborn's. Las mariposas en Michoacán. El cine de Alfonso Cuarón. El valor de Sergio Aguayo. Los huevos rancheros y los chilaquiles con pollo. La sonrisa de Carmen Aristegui. La medalla de Ana Gabriela Guevara. El mole negro de Oaxaca. Los libros de Elena Poniatowska. La inteligencia de Lorenzo Meyer. Los tacos al pastor con salsa y cilantro. El humor de Carlos Monsiváis. El mar en Punta Mita. Las canciones de Julieta Venegas. La poesía de Efraín Huerta. El Espacio Escultórico al amanecer. Cualquier Zócalo cualquier domingo.
La forma en que los mexicanos se besan y se saludan y se dicen "buenas tardes" al subirse al elevador. Las fiestas ruidosas los sábados por la tarde. La casa de Luis Barragán. Los amigos que siempre tienen tiempo para tomarse un tequila. La decencia de Germán Dehesa. Los picos coloridos de las piñatas. Las casas de Manuel Parra. Las bugambilias y los alcatraces y los magueyes. Las caricaturas de Naranjo y los cartones de Calderón. El helado de guanábana. La talavera de Puebla. Las fotografías de Graciela Iturbide. Los mangos con chile parados en un palo de madera. Las comidas largas y las palmeras frondosas. La pluma de Jesús Silva-Herzog Márquez. Las mujeres del grupo Semillas y las mujeres que luchan por otras en Juárez.
Cada persona tendrá su propia lista, su propio pedazo del país colgado del corazón. Una lista larga, rica, colorida, voluptuosa, fragante. Una lista que debe comenzar con las palabras de la chef Marta Ortiz Chapa: "Siempre me gustó ser mexicana". Una lista con la cual contener el pesimismo; un antídoto ante la apatía; una vacuna contra la desilusión. Una lista de lo mejor de México. Una lista para despertarse en las mañanas. Una lista de Año Nuevo. Una lista para pelear contra lo que Susan Sontag llamó "la complicidad con el desastre".
Porque el credo de los pesimistas produce la parálisis. Engendra el cinismo. Permite que hombres como Manlio Fabio Beltrones promuevan el juicio político contra los jueces de la Suprema Corte y nadie se lo impida. Permite que los partidos vivan del presupuesto público sin cumplir con la función pública. Permite que los legisladores no actúen como tales. Permite la persistencia del status quo. El pesimismo es el juego seguro de quienes no quieren perder los privilegios que gozan, los puestos que ocupan, las posiciones que cuidan. El pesimismo es la cobija confortable de los que no mueven un dedo debajo de ella. Es el lujo de los que rentan el carro pero no se sienten dueños de él.
Y durante demasiado tiempo, México ha sido un país rentado para sus habitantes. Ha pertenecido a sus líderes religiosos y a sus tlatoanis tribales y a sus colonizadores y a sus liberales y a sus conservadores y a sus dictadores y a sus priistas y a sus presidentes imperiales y a su intelligentsia y a sus partidos y a sus élites. No ha pertenecido a sus ciudadanos. Por eso pocos lo cuidan. Pocos lo sacuden. Pocos lo aspiran. Pocos lo lavan. Pocos lo enceran. Pocos piensan que es suyo. Pocos lo tratan como si lo fuera. Porque como dice Larry Summers, el presidente de la Universidad de Harvard, nadie nunca ha lavado un carro rentado.
Pero quienes saben que el país es suyo no viven con el lujo del descuido. Quienes han vivido años fuera de México saben lo que es andar con el corazón apretado. Lo que es caminar a pasos de pequeñas nostalgias y grandes recuerdos. Lo que es extrañar el olor y el sabor y la bulla y la luz. Lo que es querer tanto a un país que uno siente la imperiosa necesidad de regresar y salvarlo de sí mismo. Lo que es vivir pensando -de manera cotidiana- que los gobernados pueden y deben vigilar a quienes gobiernan. Que los partidos políticos pueden y deben reducir la violencia social y pavimentar la ruta democrática. Que la oposición puede y debe redefinir los términos del debate público. Que la clase política entera puede y debe fomentar la conexión entre la democracia y los ciudadanos. Que no es demasiado pedir.
Las soluciones están allí para ser instrumentadas. Las recetas están allí para ser aplicadas. Las reformas están allí para ser ejecutadas. Abarcan la reelección de los legisladores y la reforma política y la reforma fiscal y los juicios orales y la reforma a la Ley de Medios y la apertura de la televisión y la competencia en las telecomunicaciones y la lucha contra la violencia doméstica, entre muchas otras. Tanto por hacer; tanto por cambiar; tantos sitios donde amontonar el optimismo. El optimismo de la voluntad frente al pesimismo de la inteligencia. El optimismo de quienes creen que las cosas en México están tan mal que sólo pueden mejorar. El optimismo perpetuo que se convierte en multiplicador.
En El paciente inglés, Katherine murmura "nosotros somos los verdaderos países, no los límites marcados en los mapas, no los nombres de los hombres poderosos". México no es el país de Andrés Manuel López Obrador o Santiago Creel o Roberto Madrazo. No es el país de los congresistas o los gobernadores o los burócratas o los líderes sindicales. Es el país de uno. El país nuestro. En el 2005 y siempre.


Victa iacet Virtus.


PS: Después pongo el musical baton ese, me da mucha hueva ponerme a pensar en musica siendo tanta y tan variada la que me gusta, "¿gustos definidos?", pfff, no.