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Neomierda.

Cero credibilidad.

Que mamada

jueves, marzo 16, 2006
Entonces ese ruido paf te levanta, como el ruido paf de un cuerpo cayendo encima de la acera.
Te sientas en la cama, tomas el agua y le das un trago, te levantas, caminas.
Vas al baño, abres la llave y te echas agua en la cara, en el cabello, te empapas la espalda, y te miras en el espejo: barba de tres días, ojeras de mapache, piel pálida, gotas de agua cayendo de tu barbilla. Estás hecho un desastre, no sabes porqué, pero tampoco te molesta, de hecho, en este momento, es una de las 10,583 cosas que no te importan.
Hace calor para variar. Maldito calor, es imposible quitárselo. Estás con la refrigeración encendida al máximo, sin camisa, en calzones; y aún así te sientes en el quinto círculo del infierno (y quisieras estar en el séptimo, al menos ahí hace un chingo de frío); estás sudado, pegajoso, estresado, fastidiado, asi te pones con el calor, no puedes dormir, por que no te puedes acomodar, no te puedes acomodar por que el calor no te deja pensar siquiera, y tu cuerpo esta caliente. Pinche calor de mierda.
Llegas a tu cuarto de nuevo, ves el atado de cigarrillos y sin pensarlo dos veces enciendes uno. Vas a la ventana, la abres de par en par y te sientas en el marco dándole la espalda; vaya, al menos te da el fresco de la madrugada en la espalda, y sientes tu cabeza refrescar por el agua que mojó tu cabello y rostro hace un rato, y que todavía no se seca.
Y te sientes como Dios se debió sentir cuando creó el mundo; ese fresco era bueno, como toda la creación divina lo es. Y balbuceas un gracias escueto, que sabes que nadie vivo escuchó, aunque esperas que alguien lo haya escuchado, y que haya sonreído, paternal y satisfecho, por tu breve pero sentido agradecimiento.
El cigarrillo y el lejano poste de luz son tu única fuente de luz. Mueves el brazo y la mano que sostiene el cigarrillo de manera rítmica, casi ritual, la brasa parece una luciérnaga anaranjada bailando en la oscuridad de la pieza, el espectáculo te hace sonreír.
La luz del poste llega con trabajos a tu ventana, piensas que alumbra más un cerillo o tu encendedor que ese poste, y es cierto, te causa gracia tu comentario y la sonrisa se vuelve a marcar en tu rostro demacrado y húmedo.
Estás agusto sentado ahí, el cigarrillo va apenas a la mitad y te alegra, estás cómodo con ese respiro, ese fresco de la ventana y la comodidad de estar sentado al borde, la humedad del cuerpo que no se ha secado del todo; esa sonrisa que sentías ausente y que ahora regresa, triunfal, a establecerse en tu boca al menos por ese rato. Mientras viva la luciérnaga anaranjada que baila y el fresco siga entrando. La sonrisa prevalecerá como los imperios de antaño.
La comodidad lleva al silencio, y el silencio a la contemplación, la contemplación al pensamiento y el pensamiento a la instrospección. Causa y efecto, lógica pura. Entonces, comienzas a hacer memoria, y a cuestionar las razones de estar sentado ahí, a esa hora, con esa luciérnaga bailarina y esa tenue luz callejera.
Piensas en el calor, en el sentir tus piernas calientes una contra la otra, pegajosas como la melaza; en el copioso sudor que invade tus sábanas como un poderoso ejército invade al país débil; en el eterno ir y venir de tu cuerpo cuando no puedes dormir cambiando posición a cada momento; has volteado la almohada 3 veces ya, buscando el lado frío para posar tu cabeza y refrescarte, y con esa constante sensación de que la cama te queda chica, y es menester conseguir una más grande.
Entonces el recuerdo del sueño breve viene a tu cabeza, dormiste un rato, y soñaste, tratas de hacer memoria, aprietas los ojos como si de algo sirviera, y te sumerges en ti mismo, buscando aquél sueño como se busca una perla en el fondo del mar, y llegas hondo, cada vez más abajó y más abajo y lo encuentras, flotando ligeramente arriba del fondo, lo tomas.
Y te ves a ti mismo, recorriendo la vía del tren, larga como los días de verano. Caminas con decisión, pues sabes que te llevará a algún lado. Continúas, caminas por parajes distintos, en un lago cristalino donde no sabes donde acaba el agua y el cielo comienza, un bosque de un verdor mullido y esplendoroso, con un olor primoroso, una playa de arena blanca y mar azul turquesa, campos de naranjos, con el dulce olor del azahar llenando tus fosas, desiertos de dunas milenarias, unas arrugadas otras lisas como el papel, ves amaneceres y atardeceres mientras caminas, y sientes que eso lo has visto en algún lado ya antes...
Es entonces cuando el silencio lo interrumpe un ruido a lo lejos, un ruido chu que se escucha fuerte y claro, cada vez más fuerte cada vez más claro cada vez más cerca, el ruido chu se hace más audible, es un ruido chu furioso de locomotora a toda velocidad, es un ruido chu que pasa por las vías, y es un ruido chu que viene hacia ti.
Derrepente desaparece todo el paisaje alrededor, la vía se vuelve gris, el sol desaparece y solo una blancura extraña lo rodea todo, comienzas a correr, lo más fuerte que puedes, y a todo lo que dan tus piernas.
El ruido chu del tren furioso se acerca peligroso, y tu sólo reparas en seguir corriendo, piensas en salirte de la vía, pero no puedes, una pared invisible te lo impide, sigues corriendo, deshaciendo tus piernas, pidiéndoles todo de sí, exigiendo la salvación, por que son la única salida.
La vía parece no tener fin, en el horizonte puedes ver vía solamente, esa vía gris que parece no terminar en ningún lado, y el ruido chu que no da tregua y esta ahora pisándote los talones, casi dándote alcanze.
Entonces, súbitamente, la vía termina en un risco. Piedras planas y más allá, el mar violento estrellándose con las rocas. Entonces el ruido chu se hace audible y ensordecedor. Y llega el momento en que debes tomar una desición, tirarte y esperar caer en el agua, o dejar que la locomotora te reduzca a tripas rosadas y jirones de piel con su ruido chu.
No lo piensas mucho y te tiras, sientes el vértigo y el viento golpeando tu cara, piensas que vas a caer en el agua, en el mar, piensas que estás salvado. Pero tus calculos son incorrectos, vas a ir a tronar a las rocas.
En un instante te haces a la idea y te resignas: solo un momento de dolor y oscuridad. Es paf y se acabó.
Cierras los ojos, y esperas tu fin.
Entonces despiertas. Abres los ojos asustado, viendo a todos lados, encontrandote solo, pegajoso, y acalorado. Pero vivo. Vivo al fin. Fin de la memoria. Superficie de nuevo. Vuelves de la instrospección.
El cigarrillo se acaba, la luciérnaga se muere y nada se puede hacer.
Casi entristecido, lanzas la bacha por la ventana, lanzas la última bocanada de humo. Ya estás seco, pero no tienes calor, el fresco sigue dándote en la espalda, comienzas a balancearte.
Y comienzas a pensar en el ruido chu de la máquina de muerte y en el sonido paf del golpe contra el suelo, y no te parece tan malo, la sonrisa se ha borrado, la muerte de la luciérnaga se llevo la sonrisa con ella, y comienza a darte sueño y los párpados te pesan y el fresco acaricia tu cabello suavemente y te hunde cada vez más en el sueño, y el balanceo se hace más peligroso, pero estás tan agusto, así, medio dormido medio despierto, mas allá que acá.
El sol comienza a asomarse tímido en el horizonte, y piensas en la luciérnaga, y en la comodidad y en el balanceo, y la sonrisa te nace de nuevo y ya no quieres despertar... pensar en despertarse cuando ya se está bien así dormido.
Y el balanceo cede y caes adormilado hacia atrás, caes veloz como saeta, y solo esperas el sonido, ese que vive en tu sueño y te indica el final.
***
Entonces ese ruido paf te levanta, como el ruido paf de un cuerpo cayendo encima de la acera.

pfff

¡Plop!

viernes, marzo 03, 2006
Ayer, cena de cumpleaños de mi abuelo. Sobremesa que se extendió del plato fuerte, al pastel, al café y los cigarros. La plática tocó temas variados y extensos. En algún momento se habló de las alergias. Y sucedió lo siguiente:

Abuelo: 'Pues si, es curioso esto de las alergias. Por ejemplo: La suegra de la Sra X siempre fue alérgica a (enumera con los dedos) la leche, la crema, el chocolate, el huevo y no se que más. Sin embargo, siempre se comía los pasteles que la Sra X le preparaba'.

Daniel: '¿Y como se los comía si era alérgica?'.

Abuelo: 'Pues supongo yo que nunca le pregunto con qué los hacía. La Sra X siempre les puso leche, chocolate y cuantacosa. Siempre los preparó normalmente. Nunca le pasó nada, ahí sigue la viejita. Y cosa rara: siempre le chuleó los pasteles su suegra, eran el único alimento con lácteos que comía en su vida. ¡Así duró veinte años!.

Daniel: 'Hasta que se dió cuenta...'.

Abuelo: 'Si'.

Daniel: '¿Y como se dió cuenta?'

Abuelo: 'Un día, la suegra le preguntó a la Sra X con que hacía los pasteles, y ésta le contesto que los hacía con leche, huevos, lo normal. Y que ella -la suegra- había vivido privandose de ello una gran parte de su vida. Total, ahora come de todo la suegra'.

Daniel: '¿Y siempre hizo los pasteles igual?'.

Abuelo: 'Sí, ¿por?'

Daniel: 'Pues imaginate que si hubiera sido alérgica, se comiera una rebanada de pastel y ahi cayera muerta por una fulminante reacción alérgica o que se le cerrara la garganta y se muriera antes de caer al piso o algo así'.

Sacrosanta Madre: ¡Ay Daniel! ¡Que tonterías dices criatura!

Abuelo: 'Pues ten en cuenta que era su suegra. Así que se justifica'.

Sacrosanta Madre: '¡Ay Papá! ¡Que bárbaro!'.


jajajaja


Mi Abuelo rifa bien cabron.