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Neomierda.

Cero credibilidad.

Nunca lo va a entender.

martes, octubre 24, 2006
Caminaba bajo la lluvia cuando lo sintió. Fumaba un cigarro y trataba con todas sus fuerzas de aferrarse a la sensación. Con afiladas garras su cerebro lograba prenderse de ese sentimiento tan conocido por él. Esa manera de ser y de estar. El estado de gracia en el que todos podemos estar, aunque pocos se animen a alcanzarlo.

Mientras camina y se acerca al aula para su primer clase, piensa y reflexiona sobre todo lo que tuvo que suceder, para que él pudiera estar ahí caminando lento mientras escucha música. Sus pensamientos se alargan y alcanzan a llegar a su familia. Comienza a pensar en sus padres, sus abuelos, y algún bisabuelo que llegó a conocer pero ya no recuerda; también piensa en los ancestros que desearía conocer, pero que ya no tienen tiempo de atenderlo.

Llega entonces la hora de entrar a clase. El momento le alcanzó mientras caminaba, y aceleró el paso un poco. No corrió, no había prisa y estaba a tiempo para la clase de historia del arte en México. Llegó a sentarse de inmediato.

Al entrar al edificio estaba empapado, camino a su salón se sacudía como perro para zafarse un poco de toda la fría humedad que empapó su ropa. Sentado entonces, se quitó los audífonos y se acomodó. Minutos después llegaba el profesor a impartir la clase; explicó algunos conceptos a manera de repaso. No le prestó atención. Se sentía cansado derrepente; quería largarse de ahí. El profe se levanta entonces y sale del salón.

Él mira la oportunidad, contempla la apertura. Con el cerebro revolucionándose comienza a planear lo que haría en cuanto saliera de ahí: salir y mojarse un poco con la lluvia que cae afuera, levantar la cara y sentir las gotas impactar contra su rostro, mirarlas caer y salpicar en el suelo, respirar la humedad y el olor a tierra mojada, hasta pescar un resfriado. Luego irse de ahí a perder el tiempo en cualquier cosa, en algún otro lugar, no importa, sólo quiere irse. Entonces se decide. Trata de levantarse pero no puede: su cuerpo ya lo sintió.

Se maldijo por la falta de cálculo. Pensó en hacer un mero acto de presencia: entrar, tomar lista, y salir rápidamente de la clase. En ningún momento, tuvo contemplado este contratiempo. Aunque no era para tanto: sí podía moverse, solo que su cuerpo se sentía pesado y viscoso, como lodo o mermelada. Derrepente el asiento era demasiado duro, al respaldo lo sintió excesivamente rígido y vertical, el salón demasiado frío. Todavía quería irse pero no podía. Su respiración era pesada pero callada al mismo tiempo, sentía sus latidos lentos y sus pies como de madera; la cabeza le pesaba mucho, los párpados también.

Pronto no pudo o intentó moverse más: estaba atrapado. Atrapado pero tranquilo. No queda de otra más que esperar. Alcanza a mover un poco su pesada mano y alcanza a subir la palanca, el asiento baja; tocan el suelo sus pies. Vuelve el equilibrio. Estaba mejor. Alcanzó a mover la cabeza y la acomodó de tal forma que pudiera dominar la vista y ver el pizarron claramente. Ya estaba mucho mejor: su ropa comenzaba a secarse y el calor volvía, su cuerpo se aligeraba, como si el lodo del que estaba hecho se hubiera endurecido. Se sentía armado y listo para irse.

Como pudo se levantó, tomó sus cosas, y caminó hacia la puerta. A punto estaba de salir cuando el profesor le interceptó al entrar junto a un carrito con una televisión y demás cosas. Iban a ponerles un video. Un documental sobre el México prehispánico.

Se encogió de hombros. No le quedaba de otra. Ayudó al profesor a conectar el televisor y se sentó cerca de la salida. Ya se encontraba completamente reestablecido, incluso para ver un documental chafa. Mientras se ponía la película, pensaba en la música que quería escuchar, en todo lo que se le antojaba comer y en el poco dinero que tenía. Mascaba un chicle que si estaba tirando paro, pero no daba el ancho totalmente. Se le antojaban unos elotes, una coca-cola y dos cigarros. Si, dos. Ingnoraba porque.

Comienza la película. Avanza lentamente la introducción, luego aparece un hombre en pantalla y comienza a hablar. Se bajan las luces y aprovecha entonces para ponerse de nuevo los audífonos. Entonces la voz del sujeto se cambia por Porter y las estériles imágenes del video se transforman en pensamiento.

Comienza a ver las imagenes de los aztecas y se pregunta si proviene de algún azteca. Un hombre o alguna mujer que fueran ancestros suyos. Se pregunta si la sangre india corre por sus venas, luego piensa en la mezcla de razas que lo constituyen, y en la xenofobia recalcitrante que se cargaba hace algunos años. Evocando esas imagenes piensa en los numerosos cambios mentales que ha sufrido y en todos los que sufrirá en el tiempo que le queda de vida.

Quetzalcoatl aparece en pantalla. Piensa en los sacrificios de los aztecas y en como los españoles llegaron a dar la luz, pero arrasaron en lugar de iluminar. Piensa en la esclavitud, los maltratos, las pérdidas (de vidas, de cultura, de libertad, de identidad), la imposición y el sentimiento de impotencia le da asco.

Se cambia la canción. Se concentra de pronto en el video. El coraje se le pasa. El asco se va. Todavía quiere comerse sus elotes. Derrepente se siente ligero y se acomoda mejor, ya simplemente esta tranquilo y relajado, como le gusta.

El video es interminable. ¿O es el tiempo que va mas lento? Ya no sabe. Quiere irse. Se levanta entonces, toma de nuevo sus cosas y se marcha. Una falta. Una de tantas. Una raya más al tigre. Que mas da. Camina fuera del salón. Afuera ya había escampado. La música de Porter lo llevaba de la mano gentilmente. Al salir tiró el chicle y prendió un cigarro. Pasaron unos conocidos y se saludaron, cambiaron dos tres palabras y se fueron por su lado.

El cigarro era perfecto. De vez en cuando nos toca uno así. El momento, el lugar, el clima; todos se conjugan para brindar el cigarro perfecto. Por supuesto, no es algo que suceda todos los días. Por si fuera poco, comienza a escuchar el violín de Espiral; aquello se convierte en puro placer. Sonreía agradecido, es feliz. Se acuerda de que tiene hambre, pero el cigarro todavía no se acababa. La rola avanzaba ligera por sus oídos y solamente le causaba más felicidad, era todo sonrisas. En ese momento sólo quería estar ahí.

La parte rápida de la canción lo motiva a caminar, va y compra su coca cola, la guarda y camina a los elotes. Al llegar pide el de siempre y se lo saborea. Se lo dan, paga y camina mientras la canción da sus últimas patadas. Contempla absorto su comida, la saborea mientras camina. Siente sus bolsillos, ya no tiene dinero. No le interesa, lo que quiere es sentarse a comer.

Espiral terminó hacía rato ya, pero no se da cuenta. Camina con su comida encantado de la vida. Tiene ganas de escuchar la rola de nuevo, pero con las manos ocupadas y caminando es mucho pedo y le termina dando hueva. Mejor caminar. Buscaba un lugar para sentarse en santa paz a comer los sagrados alimentos, pero todo estaba empapado, y tampoco quería entrar al edificio del que había salido; había mucha gente y le daba flojera, además todavía estaban los de la clase que se voló.

Acabó comiendo frente al edificio. A estas alturas ya sentía los últimos latigazos y estertores, solamente quedaba el hambre y la sed, que estaba a punto de aplacar a elotazos. Todo lo demás normal. Entonces, puso sus cosas en un lugar seco y comenzó a comer.

Comía y bebía lentamente, pausado, sin prisa. Disfrutaba cada bocado y cada sorbo. Se sentía como Dios se ha de sentir cuando tiene mucha hambre y come unos elotes: saboreando la gloria.
La mezcla de los sabores, el contraste entre dulce y salado, frío y caliente, era maravilloso. Pensó entonces en todos los que se niegan esta sensación por miedo, por desinformación, por su fé, por el que dirán o porque es mal visto. Sentía compasión y ternura por todos ellos. Ternura más que nada.

Sintió entonces con la cuchara el último bocado dentro del vaso y todo los pensamientos se suspendieron. Como si fuese un ritual, tomó el último bocado y lo saboreó hasta el cansancio. La coca cola ya se había terminado, pero no reparó cuando. Encendió otro cigarro, y para su sorpresa éste también era perfecto, incluso fue mejor que el anterior. Le dió un jalón grande y engulló la bocanada como un pez.

Fue entonces cuando sucedió: lo veía venir y luego lo identificó. Lo sospechaba pero hasta que sucedio lo supo. Comenzaba a sentir como el hormigueo subía por su cuello hasta su nuca, pudo identificar plenamente el momento en el cual la marabunta entraba en su cerebro y lo hacía reaccionar. Ya sabía de lo que se trataba: un segundo aire. Excelente.

Llegaron sus compas. Se saludaron y de inmediato se pusieron a platicar animadamente, mientras se fumaban un cigarro tras otro. En plena plática se ponía a mirar a todos con detenimiento: sus caras, sus facciones, sus expresiones, el tono de sus voces, y la intensidad de sus risas. Su mente le transportó por última vez hacia sus ancestros. Pensó en su manera de vivir, de vestir, de hablar; en como eran distintas las cosas antes, que por alguna razón antes recorrían muchos kilómetros en la nieve para ir a la escuela; también pensaba en que compraban todo con centavos, que un peso era un mundo de dinero y que antes, hace mucho, el equivalente de un peso era un grano de cacao; contempló los trenes, la ropa opaca, y el comportamiento a como el lo imaginaba por como se lo habían contado.

Se distrajo. Alguien le preguntó algo y volvió en sí. La conversación estaba revuelta. Contestó a la pregunta y se quedó un rato en silencio. Podía sentir cada sonido y describir cada sensación, podía explicar el azul y expresar simple y llanamente el sentido de la vida, pero no le dio la gana explicarlas. Nunca lo iban a entender.

Nadie entro a clase. La plática se extendió por más tiempo. Y entonces sintió que llegaba a su fin: como su cuerpo se asentaba completamente, como se ordenaban las ideas y los pensamientos volvían al corral, sintió cómo terminaba y se escurría fuera de su cuerpo. Ya no sentía retumbar su corazon y su respiración era pausada. Todo era normal.

Fue entonces que sacó un cuaderno y decidió escribir lo que vivió. Aunque la mayoría nunca lo va a entender.

Luto en el mundo.

lunes, octubre 23, 2006
Nelson De la Rosa, el actor más bajo del mundo, bailarín, artista multidiciplinario y amuleto de los Medias Rojas de Boston en el Campeonato Mundial de 2004, murió en un hospital de la ciudad de Nueva York, informó su agente.


De la Rosa, quien medía aproximadamente 2'4 pies y fue acreditado en 1990 con el record Guiness al hombre adulto mas pequeño del mundo, murió por causas desconocidas. Tenía 38 años de edad.

Enfermó al poco tiempo de haber llegado a Miami desde Chile, donde el dominicano había estado trabajando en un circo. Luego viajó a Nueva York, donde viven dos de sus hermanos.

Nacido y criado en Santo Domingo, al carismático De la Rosa lo recordamos por apariciones en películas como "La isla del Dr. Moreau" y por apariciones en programas como "Súper Sábado Sensacional" y el video Coolo de Illya Kuriaky & The Valderramas.


Sus restos serán enviados de regreso a la República Dominicana una vez completada la autopsia y luego podrían ser ubicados en un museo, dijo su agente. Le sobreviven su esposa, un hijo de nueve años (de tamaño normal), su madre y cinco hermanos.

La redacción de este blog pinchurriento hace patente su sorpresa y dolor, ademas envía las más sinceras condolencias a la familia del otrora "hombre más pequeño del mundo". Siempre le recordaremos.



Mahow Mahow, putas.