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Neomierda.

Cero credibilidad.

Fragmentos (Ultimo)

sábado, junio 09, 2007
Es común que cuando manejo escuche música. Es un hábito muy arraigado, un vicio grande que data de los tiempos de mi niñez, pues desde pequeño, mi padre acostumbraba poner música cuando conducía a la ciudad, cuando regresaba, o en las vacaciones en carretera. Pasaba mucho tiempo en el auto con él. Ya desde entonces desarrollé una fascinación por la música que permanece hasta ahora; la relación de manejar escuchando alguna cosa viene de ahí. Aunque se trate de ruido ininteligible, conversaciones, o reguetón, procuro escuchar algo. En mi coche es raro que este en silencio: solo cuando estoy atribulado, preocupado por algo, o pensando en tomar alguna decisión importante (como qué comer), es cuando hay breves momentos donde reina el silencio en mi camioneta, de otra manera, no. Así pues, hace como tres semanas, manejaba de noche rumbo a mi casa. Venía de una comida de trabajo y se había extendido durante toda la tarde. Salí tarde del restaurante. Me subí a mi camioneta, prendí el CD Player pero ya no tenia batería, así que sintonize el radio. En FM a esas horas la programación es una porquería y no hay muchas cosas que escuchar, puse elAM en una estación de deportes, escuchaba última tanda de noticias del día. No estaba poniendo mucha atención, estaba pensando en alguna otra cosa, no distinguía lo que estaba diciendo el hombre del radio, más bien escuchaba un parloteo sin sentido como fondo a los pensamientos que ocupaban mi mente en esos momentos; en ese momento estaba en piloto automático, y poco me importaba. Tiempo después llegué al túnel grande que marca la mitad del camino entre el pueblo y la ciudad, a partir de entonces el camino se hace más largo por la ansiedad de llegar a casa, y da la impresión de ir conduciendo más lento de lo normal. Al entrar al túnel, se interrumpió la voz del radio por la interferencia; cosa nada rara, se sabe que la radio se interrumpe y las llamadas no entran o se cortan. Con sonido de estática de fondo, manejaba hasta la mitad del túnel donde me topé con un embotellamiento, donde hube de hacer fila hasta que me tocara mi turno de salir. Aburrido, encendí un cigarro y despegaba el pie del freno de cuando en cuando para avanzar. Hasta eso que el trafico iba más o menos rápido, y evitaba que me quedara dormido al volante; cuando terminé mi cigarro, busqué desesperado en el radio alguna estación que se escuchara, pero estando dentro de un túnel es improbable encontrarla. Así que ya no intenté nada y traté de relajarme mientras terminaba el congestionamiento. En ese momento, mientras encendia un segundo cigarro, pude sentir claramente como vibraba el telefono en mi bolsa del pantalón. Pensé que era alguna clase escalofrío, espasmo muscular, incluso pense que se me había dormido la pierna, pero no, al escuchar el timbre, supe que estaba entrando una llamada. "En pleno túnel" pensé, mientras sacaba el teléfono para contestarlo, al sacarlo dejo de sonar, y pude ver en la pantalla el rótulo de "Llamada perdida" y la hora. Al ver en la lista de llamadas perdidas a quien me había llamado, pude ver un teléfono desconocido para mí al principio de la lista, pero no le dí mayor importancia, "Le devuelvo la llamada cuando salga de acá" me dije a mi mismo, y lo dejé por la paz. Al avanzar un poco más, pude ver los primeros reflejos de la luz roja y azul de la policía en la pared. Al avanzar otro poco, vi a lo lejos la luz roja/blanca de una ambulancia: había un accidente adelante. Lenta pero inevitablemente me acercaba al lugar y pude ver con mayo claridad un par de patrullas más y otra ambulancia; no sólo era un accidente, era un "aparatoso accidente" donde seguramente alguna persona, o tal vez más de una, haya perdido la vida. Ahora, cuando llegué exactamente al lugar del siniestro, intenté no voltear. Se supone que uno no debe voltear a ver cuando algo así se te presenta al lado del camino, pero la curiosidad es a veces mas fuerte que uno, lo toma fuerte de la cara, y nos hace voltear hacia donde está la desgracia. Es algo inherente a nosotros, esa curiosidad es implacable como la comezón fuerte que nos hace dejar todo lo que estamos haciendo para rascarnos hasta que nos deje en paz. Ese tipo de curiosidad se le llama morbo. Fue el morbo el que me hizo voltear a mi izquierda solo para ver un jetta rojo volteado, con el techo aplastado. Aquello era un desastre de vidrios rotos, fierros retorcidos y sangre esparcida por el suelo. "Ojalá no hubiera volteado", pensé al ver como subían dos cuerpos tapados con sábanas a una camioneta del SEMEFO, mientras a una mujer la subían en camilla a una ambulancia para llevársela al hospital. Estaba muy golpeada, y su cabello y su ropa estaban ensopados de sangre; estaba conectada al respirador, y su cabeza chicoteaba levemente mientras la subían a la ambulancia, respiraba fuerte, con grandes bocanadas, como queriendose llevar gran parte del oxígeno que soltaba el respirador. La vista de aquello fue lo que me hizo desear no haber volteado, pues ahora iba a llevarlo conmigo el resto del día, y me provocó quererme ir de allí lo más rápido que se pudiera. Como si me leyeran el pensamiento los coches frente a mí, comenzaron a moverse con rapidez hasta salir del túnel. Al salir volvió el radio y me tranquilizé, en eso, sonó de nuevo mi celular: era el mismo numero que entró en el túnel, al contestar me llevé la sorpresa del mes: era César "El Flaco" Rodríguez, un amigo de la universidad del que no escuchaba nada hacía mucho. Me llamó para saludarme, para ver como estaba, me preguntó por Dalma, el negocio, la vida. Me contó que se casó, que su Aleida, su esposa, estaba embarazada de tres meses, que estaba tranquilo y a la espera de que llegara su bebé. Le pregunté que le gustaría que fuera, me dijo que no tenía predilección, pues la mera idea de ser papá lo entusiasmaba; me alegré mucho por el, pues desde la carrera yo sabía que el quería ser padre de familia. Conversamos un ratito nada más. Le notaba un poco apresurado, y la señal se debilitaba. Después me dijo algo como "Gaspar, tengo que irme, tengo mucha prisa, de hecho me estan llamando ya. Luego te marco para vernos y nos tomamos unas cervezas ¿te parece?", le contesté que sí y colgó. Me extraño de sobremanera que me haya llamado tan de improviso, pero fue una sorpresa agradable, pues me hizo más ameno y corto el resto del camino. Llegué a mi casa, y encontré a Dalma en el cuarto viendo televisión. Me saludo y me pregunto porque había tardado tanto, le conté del accidente del túnel; me interrumpió para decirme que se lo contara mientras cenábamos. Accedí. En cuestión de minutos ya estabamos cenando y le conte del accidente, de los cuerpos tapados y la mujer del respirador. También le platiqué de la extraña llamada que recibí. Ella me dijo que también el Flaco la había llamado a ella y charlaron un rato, incluso fue minutos antes de que yo saliera de trabajar. "Me preguntó mucho por ti", me dijo Dalma "Que como estabas y todo eso, le dije que bien", luego yo le dije que el Flaco también me había preguntado por ella, luego le conté del embarazo de su esposa y ella me dijo que también el le había platicado eso y que habían quedado de verse para ir a comer o algo. La de Dalma y la mía eran la misma conversación. Después nos pusimos a platicar de cualquier otra cosa, y nos pusimos a ver televisión. Ya tarde nos fuimos a dormir. En la madrugada sonó el teléfono, y Dalma contestó; cruzó algunas palabras que no distinguí por estar dormido, se demoró más de lo usual para una conversación en la madrugada. Colgó. Reinaba el silencio. Dalma entonces me despertó. Me incorporé y prendí una lámpara; Dalma estaba pálida y en silencio, luego le pregunté quien había llamado. Me dijo que nos había llamado Tito, el hermano del Flaco, para decirnos que César acababa de matarse en la carretera, en un túnel entre nuestro pueblo y la ciudad. Iba con su mujer y un hermando de ella. Iban rápido, una llanta se reventó, y se voltearon. El hermano también había fallecido, ella estaba en terapia intensiva, la habían operado, tenía contusiones graves y hemorragia interna, también había perdido al bebé. Los doctores habían hecho todo lo humanamente posible por salvarle, pero el pronóstico no era bueno, de hecho, esperaban lo peor. Dalma rompió a llorar. No lo podíamos creer. Habíamos hablado con el horas antes de eso. Con Tito hay confianza pues lo vemos seguido y nos llevamos tan bien con él como nos llevabamos con el Flaco, Dalma le dijo que nos había llamado horas antes, el preguntó extrañado a que hora había sido y le dijimos que fue al rededor de las nueve, más o menos. El nos dijo que eso no podía ser, porque el accidente fue media hora antes, y el Flaco había muerto al instante. Traté de consolar a Dalma. Y le llamé a Tito para darle el pésame, hacerle saber nuestro apoyo, y preguntarle donde serían los servicios funerarios. Me agradeció, y me dijo que aún no sabían, pero que en cuanto tuviera noticias me llamaba. Nos fuimos a dormir, al despertar nos llamó Tito para decirnos que la esposa de César, también había fallecido, y la iban a velar en el mismo lugar que a su marido. Los servicios eran esa tarde, y fuimos. La familia estaba desecha, fuimos a darles nuestras condolencias y nos agradecieron. Hablé un momento con Doña Alma, la madre de César. Y al abrazarla, me agradeció estar ahí. Estuvimos ahí dos horas más, luego nos fuimos, pues el camino de regreso era largo, y yo trabajaba al otro día. Semanas después coincidí con Tito, y nos fuimos a comer. Charlamos de cosas sin importancia. Después la plática llegó al Flaco, como estaba su madre manejando la situación. Me dijo que su madre estaba tranquila pero triste y que él le habia platicado de la llamada extraña que habíamos recibido aquél día. A la señora no le extrañó eso. Al preguntarle por qué, Tito se puso muy serio y me dijo: "Porque mi madre vió a César parado en la entrada de su habitación, al ver que el Flaco no se acercaba a saludarla, ella misma se levantó de su sillón a saludarlo, en ese momento César desapareció. Eso paso en el mismo momento que estaba teniendo el accidente. Simplemente se estaba despidiendo". No lo podía creer y se lo hize saber a Tito. "Yo tampoco creía al principio, pero luego soñe con él. En el sueño lo ví caminando frente a mí al lado de una carretera, al acercarme él voltea y comienza a charlar conmigo: se estaba despidiendo de mí. Se disculpó por no haberlo hecho antes, pero me dijo que tenía mucha prisa, pues lo estaban llamando ya". Eso me extraño bastante, pues lo mismo me había dicho a mí y a Dalma. Se lo dije, pero fue como lanzar sal al mar, porque tanto él como yo no nos explicábamos como pudo pasar eso: iba más allá de nuestro entendimiento, entre más vueltas le dábamos al asunto, menos sentido tenía. Decidimos dejarlos por la paz y nos quedamos con la idea de que simplemente fue una manera escalofriante por parte del Flaco de despedirse de nosotros una última vez. Esa noche regresé por la misma carretera de siempre, y pasé por el túnel donde el Flaco había muerto. La única diferencia ahora, esque en mi camioneta todo era silencio.

Fragmentos (5)

viernes, junio 08, 2007
"No sé lo que me está pasando hermano. No lo entiendo, por eso no lo puedo solucionar". Eso me dijo Luciano, cuando lo volví a ver después de quien sabee cuanto tiempo sin saber de él. Ya no era el mismo que conocí en las clases de catecismo para hacer la primera comunión, no es el mismo de la secundaria, de la preparatoria, ni el mismo tipo bonachón, sonriente y cálido que solía ser desde que comenzó nuestra amistad. Algo en el cambió. Le notaba tenso, meditabundo, y con un cierto dejo de paranoia, completamente ajeno, diametralmente opuesto a como lo conozco; volteaba a todas partes, sin recargarse en la silla y sin disfrutar su cerveza. Lo veía a los ojos y no podía sostenerme la mirada dos segundos, volteaba hacia abajo, se concentraba en algún punto del suelo, alguna basura, algun insecto que lo distrajera. Luego subía la cara y me miraba, hace como que ve mis ojos, pero no era así; era como si estuviese concentrándose en mis cejas o mi frente, algo que despiste, que me hiciera pensar que me esta mirando a los ojos sin hacerlo. Pero lo conozco, se que es algo más: "No se lo que sea Gaspar, de verdad no tengo idea a que se deba, ni de donde viene. Solo sé que está en mi cabeza y sé que no me deja vivir". Me repite, pero no lo comprendo. ¿Que podría ser tan oscuro, tan pesado, tan espeso como brea o chapopote que no lo deje vivir, que no lo deje ser?, pienso "¿Tienes algun problema serio Luciano? ¿Como algo te puede tener así...?"; "¿Así como?" me dice alebrestado. "Pues tan ajeno a todo. Aquí estás, y sin embargo estas lejos hermano"; "Te digo que no lo sé". Me dice, queriendo dejar todo por la paz. Hace seis días de aquello. Hace dos días, me invitó a jugar ajedrez a su casa, lo vi peor. Errático, moviendo la cabeza y tronandose el cuello cada tanto, estaba jorobándose, como si trajera un chango en la espalda y le estuviera brincando encima. Lo más preocupante -y va a sonar frívolo- era que de las tres partidas que jugamos, las perdió todas; Luciano pierde en el ajedrez cada década; su dominio del juego es una cosa de otro mundo, por ello mi extrañesa: jamás en la puta vida le gané y ahora, de buenas a primeras, le gano tres veces seguidas. En ese momento comprendo que la cosa es seria y que de verdad, no lo deja concentrarse, y mucho menos vivir. Es preocupante esto, y más, que ni el sepa de lo que se trata. "Ya no quiero jugar hermano" me dice, "No tengo ganas". "¿Que quieres hacer entonces Lucho?" contesto, "Nada. No quiero hacer nada, quiero sentarme en la mecedora y esperar morirme, nada más, quiero que esto termine carnal, de verdad, ya no puedo más". Me impactó escucharle decir esa infamia, tanto, que me desarmó; la mente se me hizo puré, luego se hizo bola, y luego se enredó como el queso oaxaca. Por primera vez en mi vida, no di respuesta porque no la tenía y sólo pude balbucear algo como: "¿Por qué?". "No se viejo, y francamente, ya no quiero saber ¿Puedes dejarme solo?". Lo hize, me despedí, y me largué de ahí, blanco de pánico y con las mandíbulas apretadas del susto. Algo andaba mal. Muy mal. Pero no sabía que. Así estuve hasta hoy; fui a su casa, toqué, y me abrió Angélica, su esposa. Me hizo pasar. "Esta atrás en el patio, pásale Gasparito" me dice tranquilamente; si ya estaba asustado por la condición deplorable de Luciano, lo estaba más aún por la tranquilidad con la que lo tomaba Angélica. Era indescriptible: su calma imperturbable me recordaba el silencio antes de las guerras, o el vaivén del magma antes de la erupción: me asustaba horriblemente. Supongo que vio el gesto de terror que no supe disimular, entonces, mirandome fijo y sonriendo ligeramente me dijo: "No te preocupes Gaspar, de verdad, Lucho está bien, anda chiple nada más". Chiple. No lo podía creer: Luciano hecho trizas en el patio, con ganas de morirse, de ya no seguir más, con una pesadez viscosa que no lo deja hacer nada, y Angélica me dice que Lucho anda chiple, haz el favor. Le contesto con un gruñido de fastidio y preocupación, camino al patio, mientras me alejo escucho que me ofrece algo de tomar y declino su oferta, no estoy para cortesías. Entro al pasillo que conecta la estancia con el patio. Salgo y lo encuentro ahi mismo, donde lo dejé: sentado en su mecedora, sin bañar, despeinado, con la barba azulándole, apestando a resaca y a cigarro. Lo saludo pero no me contesta. Veo a César, su hijo, jugando con un Spiderman, haciendo ruidos y trompetillas que hacen de explosiones. Me ve, interrumpe su juego y se acerca. Me saluda con un "Hola tío" y me dice "¿Vienes a ver a mi papá?", "Si", "Ah, pero no le hagas caso, anda chiple". Entonces regresa a su lugar, se deja caer sobre la fresca hierba del patio, y sigue en sus juegos. Luciano sigue perdido. La botella de ron a su izquierda me dice que no está crudo, sino que esta todavia en estado de ebriedad. Está dormido. Lo muevo para despertarlo: "Lucho... Lucho... Lucho despierta cabrón"; lentamente vuelve en sí mi amigo, me ve, se tarda en reconocerme y luego dice: "Ah, hola". Le pregunto como está, me contesta que sin novedad, luego le pregunto que cuanto lleva bebiendo, y dice que desde que dejamos de jugar ajedrez. Luego le respondí que hacía dos días de eso, me dice que entonces lleva dos dias bebiendo. Me quedo callado. Lucho se levanta y se pone a caminar rumbo a la cocina; "Esque tengo hambre y ganas de cagar, perdona que no te ofrezca nada pero se me terminaron las botanas, el ron y los cigarros; que vergüenza". Entra en su casa y lo sigo. Abre el refrigerador, saca un trozo de queso y se corta una rebanada generosa, me ofrece, me niego. "Ya encontré lo que me molesta", me dice "¿Ah si? ¿Y que es? ¿Que te pasa Lucho?", "Ya se me olvidó. Creo que andaba chiple nomás. ¿Ya desayunaste?".

Fragmentos (4)

jueves, junio 07, 2007
Los vi besarse dos veces en la vida. Ella fue mi primer amor, él era amigo mío. Siempre me pareció innecesario y rídiculo hasta cierto punto padecer los embrollos, las dificultades, los escollos y zancadillas que el amor provoca cuando no es correspondido, o cuando la vida te juega una mala pasada, por eso nunca lo intenté. Antes de todo, ella no me gustaba, de hecho, me caía mal y él me era inclusive: ni me viene ni me va. Hasta que empezé a conocerlos a los dos por separado. Con él jugaba futbol en las tardes, con ella tenía clases en la universidad. Ella comenzó a gustarme por que no se callaba lo que pensaba, por sus alardes de mujer fatal, por ser presumida y egocéntrica, que es por lo que me cayó mal en la primera impresión. Me volvía loco una mueca que hacía cuando alguien manifestaba una opinión que no fuera la suya, una manera de entrecerrar los ojos y arrugar la nariz, tan única, tan de ella, que inclusive llegué a llevarle la contra por deporte, con la simple premisa y la sencilla razón de que hiciera esa mueca. Me encantaba que trajera su cabello suelto, pues luego, al hartarse de el, amarraba sus chinos en un chongo que mantenía unido con un lápiz o pluma. Me gustaban sus ojos y su nariz. Me gustaba todo de ella. Y así, con sus gestos, con su manera de ser, con las pláticas que teníamos, con las cajetillas que juntos nos terminábamos, fue metiéndose, poco a poco, pero inexorablemente en mi vida, en mi cabeza y por último, en mi corazón. Me estaba enamorando contundentemente de ella, y ella se enamoraba de mi sin remedio. O al menos eso supuse yo. El jugaba al fútbol como pocos vi jugar en la vida. Gran técnica y visión. Siempre que jugué en su contra perdí, pero siempre dí pelea. Nunca bajé los brazos, vendí cara la derrota. Se armaban unas batallas épicas y apasionantes cuando jugabamos en equipos distintos, y éramos gloriosos, guardando las distancias. Siempre fue así. Cuando me tocó jugar en su equipo, apabullamos a quien sea que jugara contra nosotros. Siempre fue noble al perder, que eran pocas veces; aceptaba estóico la derrota, sonreía y ponía para los refrescos o las cervezas, dependiendo de la polla que se hubiera juntado después de cascarear entre los perdedores. Siempre admiré esa entereza, ese saber perder, y hasta cierto punto lo envidiaba, porque durante mucho tiempo fui un mal perdedor que nunca aceptaba la derrota, o la aceptaba enojado, a regañadientes y de mal talante. Aunque al final siempre cumplí con felicitarle y poner lana para las bebidas. Así los fui conociendo a los dos. Con ella siempre estuve en la escuela, juntos como uña y mugre, novios sin serlo. Y con él compartí una pasión por el futbol que nos fue uniendo, poco a poco, pero inexorablemente, hacia un mismo lugar, un mismo destino que en aquellos ayeres los dos ingorábamos: una mujer. Con él siempre me llevé bien, a la larga trabamos una amistad duradera. A ella siempre la traté bien, como lo que era: una reina. Tiempo después mi relación con ellos fue creciendo, a tal grado, que una vez lo invité a que nos fuéramos al campamento que año con año hacíamos: Un fin de semana, subíamos a la montaña, nos quedábamos cerca de la mina y encendíamos una fogata, alguien sacaba la guitarra, otro sacaba de la galera un pomo, y así se formaba el ambiente. Esa noche lo invité a él, y también a ella. Con ella estuve toda la noche, nos abrazamos, le presté mi chamarra cuando tuvo frio y la presenté a él diciendo: "Mira, él es, además de mi amigo, un excelente futbolista". Los dos sonrieron divertidos, yo sonreí más todavía. Comenzaron a charlar un poco. Yo fui por bebidas. Se las traje y entonces empezamos a tomar y a fumar. El no fumaba. Ella y yo si. Nos acabamos las cajetillas, y se acabó el alcohol. Hacía más frío del que podíamos aguantar incluso tomados, así que nos metimos a una de las casas de campaña, que eran dos. Nosotros nos metimos relativamente temprano, a seguir la plática en el resguardo que nos proporcionaba el iglú de lona. Así estuvimos, platicando durante mucho tiempo; perdí la cuenta de cuanto, hasta que me quedé dormido, me acosté, y dándoles la espalda, los dejé a ellos dos platicando animadamente. Estaba ebrio y caí en una especie de sopor, un dormir sin descansar, un estado de vigilia con los ojos cerrados. Los escuchaba hablar un poco, y luego dormitaba, luego despertaba y su conversación me arrullaba de nuevo. Hasta que desperté de nuevo y entonces no escuché nada. No se porqué, y hasta la fecha lo ignoro, pero en lugar de incorporarme, me di vuelta para no darles la espalda, fue cuando los vi, alumbrados miserablemente por la pequeña lámpara del techo, besándose. No lo podía creer. Intente levantarme, pero el estado en el que estaba no me lo permitía. Los miraba fijamente, ellos, obviamente, no se daban cuenta. Algo me obligaba a mirarlos, el morbo, la impotencia, el alcohol, que se yo. Pero los miré hasta quedarme dormido sin remedio. A la mañana siguiente, desperté antes que todos, y me fui sin despedirme. La cruda era intensa, tanto la del alcohol como la moral, y el dolor que sentía nunca lo había conocido antes: no era un dolor físico, era un dolor interior, un resquebrajamiento del alma, una puñalada sin dolo en el corazón. No sabía manejar esa clase de sentimientos y por eso me marché. Días después fui a cascarear y lo ví. Ahi estaba, como siempre; jugamos futbol, como siempre; estabamos en el mismo equipo y ganamos, como siempre. Fue una suerte, puesto que nadie notó el desgano, el desdén y mi falta de ganas para jugar. Terminamos y nisiquiera me quedé a las bebidas. Regresé derecho a mi casa, me tomé una jarra entera de agua y me fui a la cama sin cenar. A ella la volví a ver entrando a la escuela, y me trataba como si nada hubiera sucedido, sólo que ahora dos cosas eran distintas: Yo no la tomaba tan en serio, y él pasaba por ella al terminar las clases y se iban a no se donde. Así pasaron los meses. Ellos comenzaron una relación a partir de que se conocieron, y yo simplemente fui un espectador más. No volví a pensar en ella, me tragué mi orgullo y acepté las concecuencias con estoicismo: al fin había aprendido a perder. De alguna manera pude rehacerme y seguir siendo amigo de la pareja, aunque guardaba mi sanísima distancia por mi propia salud mental. Nunca le dije nada a él y con ella simplemente me avoqué a continuar nuestra amistad, pero ahora sin intención, sin caricias y con los abrazos de saludo y despedida a los que estaba acostumbrada, que eran los que más trabajo me costaban. Aunque no pasé mayor problema. Una noche, todos los amigos salimos juntos, ellos incluidos, y nos fuimos a la feria del pueblo, con juegos mecánicos, musica en vivo, bailables, antojitos, bebidas y cuantacosa. Fuimos a la improvisada explanada de la feria, tomamos algunas sillas. Ella se sentó delante y a la derecha de mi, él no llegaba, y yo la miraba: su cabello chino, su aire déspota y presumido. Sonreí porque no lo había perdido. Pero mi sonrisa se borro de inmediato, cuando llego él de improviso, se puso atras ella y haciéndola voltear hacia arriba, la besó como cuando los vi por primera vez. Los miré de lleno, y entonces me di cuenta, acaso con un dejo de repugnancia, que él no cerraba los ojos cuando la besaba. Movía los ojos erráticamente, mientras ella, totalmente entregada al beso, cerraba sus ojos y se dejaba llevar por la sorpresa. Nunca más los vi besarse. Pasó mucho tiempo después de eso, años incluso. Yo me fui a terminar la carrera a otra ciudad, y me llegó la noticia de su ruptura. Pero ya no me importó. Luego me enteré que él se marchó del pueblo, que ella se terminó la carrera y había regresado al pueblo a ayudar a su madre después del fallecimiento de su padre. Yo había terminado la carrera, tenía un empleo descente y ganaba lo suficiente para mantenerme y darme mis lujos propios de la soltería, incluyendo una pantalla gigante y la cama de agua que siempre pedí y nunca me regalaron. Así viví tres años deliciosos. Hasta que recibí una llamada de mi padre, que me ofrecía empleo en su fábrica, la cual estaba muy cansado para atender y administrar como es debido. Le pregunté porque yo, y me dijo que Baltazar era maestro, era su pasión y no pensaba dejarla porque estaba bien acomodado. Jesús para ese entonces ya se habia marchado a Colombia, y yo vivía solo, y me consideraba con la suficiente capacidad para tomar el control. Halagado, accedí. Cancelé el contrato de arrendamiento del depa, vendí mis muebles, agarré mi televisor gigante, mi cama de agua y el resto de mis chivas, y regresé a trabajar al pueblo. Al llegar, con lo que ahorré y con lo que había obtenido con la venta de los muebles, pude comprar una casa decente en el pueblo, que además estaba cerca de casa de mis papás. Así me establecí, y viví tranquilamente mis primeros meses. Hasta que un día, regresando de comer en casa de mis padres, vi caminar a una mujer de pelo rizado y porte altanero. Era ella. Me acerqué disimuladamente para ver si no me engañaba el subconsciente, y no lo hacía: si era. Fui a saludarla. Ella volteó y al primer golpe de vista no me reconoció, momentos después me recordó. "Estas muy cambiado" me dijo, "Tu no has cambiado nada", le contesté. Acto seguido le pedí que nos tomáramos un café, ella lo dejó para el siguiente día porque tenía que ir con su madre a no recuerdo dónde. "Quedamos entonces mañana", dije para confirmar como obispo "Si, mañana" me contestó, para luego marcharse. Me dio gusto verla. Al siguiente día, fuimos a tomarnos el café y a ponernos al día. Me contó todo sobre la muerte de su padre, su carrera, su trabajo, sus ilusiones y por último, el pasado. Me dijo que ella siempre sintió que algo había quedado inconcluso entre nosotros, yo la tomé al aire y le dije que era cierto, pero no le dije qué. "¿Que se quedó inconcluso?", me preguntó, "Mañana te digo, ahorita me tengo que ir". Ella hizo su mueca de desaprobación que tanto me gustaba, y me dijo "Mañana entonces". Al siguiente día le platiqué todo lo que llevo escrito hasta ahora. Se lo conté pausadamente, entre sorbos de café, y sintiendo su mirada potente en todo momento mientras hablaba. Al terminar, en un arranque que nunca pensé de ella, me pidió disculpas. "No tienes de que disculparte, no éramos nada entonces, como no lo somos ahora", le repliqué. Ella suspiró y yo sentí alivio, no se por qué. Después de esa charla, nos juntábamos todas las tardes a tomar café, fumar y platicar sobre cualquier cosa, como solíamos hacer cuando estudiábamos. Así duramos semanas, meses incluso. Hasta que una noche que se nos hizo tarde, la acompañe a casa de su madre. Y ahi en la puerta, cerrando los ojos, la besé. Pasó una eternidad en un segundo. Al separarnos, ella se quedo mirándome, y yo a ella. El silencio de todo el pueblo se balanceaba en el hilo de nuestras miradas. Y entonces, rompiendo ese momento tan memorable, le pregunté: "Dalma, ¿cerraste los ojos?", Ella me contestó que sí. El resto es historia.

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Fragmentos (3)

miércoles, junio 06, 2007
Estoy extrañado: es verano y no ha llovido tanto como esperaba aquí en el pueblo. No hay que entender mal: ha llovido a cántaros, pero es poca cosa comparado a lo que llueve casi siempre por estos lugares, que en cantidad, es mucho mayor a la que cae en otros lugares del país. Aquí estamos acostumbrados a lluvia larga, profusa, implacable, que no te deja ni a sol ni a sombra. Aquí escampa lo suficiente como para salir a barrer la banqueta levemente, meter rápidamente la ropa colgada afuera para volverla a lavar, llamar al perro para que entre a la casa, cerrar las ventanas y salir a comprar unos cigarros. Luego vuelve a llover a cántaros. Una vez llegó al extremo, empezó a llover y no paró por dos meses. Dos meses completo, ocho semanas de lluvia ininterrumpida; la verdad, aquí podrá ser un pueblo y lo que uno quiera, pero tenemos un excelente sistema de drenaje y nunca, por mucho que caiga, nos inundamos. Es muy raro. Esa ocasión tan memorable de la lluvia de los dos meses, sí nos inundamos, andábamos hasta el cuello de agua. Bueno no tanto, más bien hasta la banqueta. Aunque de todas formas es mucha agua. Total: andabamos todos sin zapatos, con los pantalones subidos hasta las rodillas, y caminando con muchísimo cuidado para no resbalar y provocar una desgracia. Algunas si sucedieron, gente se resbaló y pegó costalazo, cayó de sentón, se fue de bruces, o ya de plano se iba de espaldas. Era como la casa del jabonero: el que no cae resbala. Yo nada másresbalé una vez, no pasó a mayores. Ahora bien, como decía: es verano y no ha llovido como es la costumbre aquí, de hecho hace un clima templado excelente. El sol sale lo suficiente para calentar, y luego el cielo nublado lo tapa para refrescar el ambiente, hay una brisa fresca muy agradable y propicia para salir a jugar fútbol, recostarse en el jardín sobre la hamaca, o sentarse fuera, prender un cigarro y ver la vida transcurrir. Eso estaba haciendo yo exactamente: sentado fuera sin hacer nada. Y esque ahora tengo mucho tiempo libre, pues Dalma se fue de viaje con mi Madre y no regresan hasta el domingo. Así que en la casa estamos nada más mi Papá (que está aquí para no estar sólo en su casa), Hilaria, la doncella de la casa (así pide que le digamos. Muchacha, sirvienta, mucama o cualquier otro apelativo le ofenden, así que nos pide que le digamos "Hila" o cuando nos referimos a ella en su ausencia, entonces es "La doncella de la casa". Tiene años trabajando con nosotros, ya es costumbre.) , y los perros, Valdo y Pecesito. Así la cosa. Los días pasan tranquilos, hay un silencio apabullante en la casa, las luces están apagadas a menos que estemos en uno de los cuartos, y solamente una televisión esta encendida si alguien la está viendo. Reina la calma en mi hogar. A veces viene mi hermano Baltazar a comer a la casa después de dar clases en la escuela y después de la sobremesa jugamos dominó. Luego viene Brida, esposa de mi hermano y jugamos cartas. Si no están ellos, jugamos ajedrez Papá y yo. Hay demasiada inactividad. Extraño el ir y venir de Dalma en la casa, el ruidajo de todas las televisiones encendidas, el resplandor y la reverberación de todas las luces de la casa prendidas como en la feria. Extraño los gritos que pega, y los ladridos de los perros cuando la ven, la oyen o la huelen. Extraño a mi mujer. Mi padre está igual. Extraña mi madre, su arroz con leche, el café con leche, las sobremesas eternas y la plática que continúa mientras recogen la cocina. Los perros han hecho silencio como ya dije: están tristes, deprimidos, cabizbajos y meditabundos porque buscan a Dalma y no está. Aunque no todo está tan mal. Decidimos que comer cada día, tenemos tiempo para leer, mi padre y yo tenemos largas pláticas, de esas que tienen dos personas que tienen tanto por decirse, pero no saben por donde comenzar. Y con este clima tan agradable, salimos a caminar mientras fumamos. Nos acompañamos. Es muy bonito. Hoy por ejemplo, fui al banco, a cobrar un cheque. Al salir encontramos a un mendigo pidiendo limosna, pero no era un mendigo cualquiera, pues bajo su ropa gastada, su cabello alborotado cubierto por un sombrero de paja raído, y su barba incipiente, se asomaban sus huaraches con pies de uñas perfectamente cuidadas, recortadas a conciencia. Las de las manos igual, eran manos gigantes y duras, de gente trabajadora. No supe ni como, pero comenzé a platicar ligero con él, me dijo que venía de la sierra, que se iba a trabajar "al otro lado" de jardinero; pero lo deportaron, se fue pidiendo aventón, y aquí vino a tronar cuando se le terminó el dinero. Era su primer día de mendigo. Por eso no daba tan mal aspecto. Le ofrecí empleo en mi casa o para la fábrica. Aceptó gustoso. Continuamos la plática camino a mi casa, me dijo que se llama Eulalio Flores. Ya después averigué específicamente que se iba a estados unidos a trabajar de jardinero, a piscar fresas o tomates, que es soltero, sin hijos y que se iba a buscar un mejor porvenír, pero lo cacharon, el solamente quería ejecutar un trabajo digno que además es su pasión: la jardinería. Al llegar a la casa, para enseñarle el jardín donde trabajaría, se presentó muy educadamente con mi padre (se aburrió de esperarme y regresó a la casa) y luego vio a Hilaria, que traía una charola con café para mi papá. Eulalio se quitó su sombrero de paja, lo puso contra su pecho y saludó con una especie de reverencia a Hilaria y simplemente dijo: "Señorita, buenas tardes tenga usted". Hilaria tiró la charola. En ese momento, se sonrojó exageradamente, recogió las cosas avergonzada y pidiendo disculpas se fue. Mi padre estaba muerto de la risa, también yo. Eulalio sonreía ampliamente y los ojos negros le brillaban. Creo que ya encontró su lugar.

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Fragmentos (2)

martes, junio 05, 2007
En mi vida me había parecido significante venir aquí al café internet a desperdiciar una hora de mi tiempo. Lo hago, porque es la única manera de saber algo de mi hermano menor, Jesús, que vive en Colombia, cuya única manera de comunicación es el correo electrónico y que por alguna extraña razón, no tiene teléfono allá tan lejos donde vive. Dice que como vive en un rancho muy retirado de la ciudad donde tiene sus sembradíos de café, por la distancia, no alcanza el cableado para el teléfono, ni televisión, ni cable, ni nada. De hecho, creo que a duras penas tiene luz, pero no me consta. Supongo que debo agradecer que se tome la molestia de mandarme correos para saber como está, como le va allá en ese país tan lejano, al que se fue repentinamente de un día para otro, para orgullo de mi padre, que no lo bajaba de talegón, y para la destrucción de los nervios de mi madre, que nunca volvió a ser la misma desde que Chito, como ella le decía de cariño, se largó para no volver. Pero bueno. Esa era la razón principal para venir aquí a batallar con las computadoras que se traban cada cinco minutos y los refrescos calientes que te venden como si estuvieran fríos y viviéramos en el desierto del Sahara. Venía yo a eso: me sentaba aquí, a aplastar mis nalgas y a leer los correos que me mandaba mi hermano desde no sé donde en Colombia. Pero ahora algo cambió. No se porque, apartir de la primera vez que sienté a escribir en este "blog", todo fue distinto. Ahora me dan ganas de desperdiciar miserablemente mi tiempo escribiendo sandeces aquí. Me doy cuenta que quiero escribir sobre muchas cosas, cosas en las cuales antes no reparaba; cosas que suceden a diario en este pueblo, y las que nos han pasado a mi, a mi familia, y al matrimonio que formo con Dalma Patricia, el amor de mi vida y el espejo en el cual mi reflejo es mucho más agradable. Ahora, he comenzado a pensar en qué escribir desde que me levanté de este escritorio al terminar el primer fragmento que puse aquí. Cosas me venían a la cabeza en el baño, a la hora de la comida, mientras saco al perro a pasear, cuando camino por la calle y cuando estoy en el trabajo. Son muchísimas, y ninguna a la vez. Puesto que lo olvido y a la hora de querer recordarlo, simplemente no puedo recuperar lo que pensé. Quisiera tener una computadora en el baño, o ya de perdida en mi casa... habrá que pensar en esa posibilidad muy seriamente, pero después. Ahorita solamente quiero escribir sobre el Domingo, en el que acaeció el evento que une a todo el planeta frente al televisor durante al menos dos horas: La final del mundial del fútbol. Pero no voy a discutir sobre si Italia ganó bien, o si Zidane se volvió loco, o si Marco Materazzi es un mañoso pellizca-chichis. No. De hecho, quiero hablar de lo que provocó ese partido: me reuní con mi amigo Andrés Cortés del Valle, catalán, que vibra con los triunfos del Barcelona y que come no sólo como español, sino como una familia de cinco. Su esposa, oriunda de Madrid y llamada Cristina, que disfruta cocinando para su esposo, y para desgracia de él, y la santa paz de su casa, es Madrilista hasta las chanclas. Arturo es de la idea de dar placer al cuerpo, y de hacer caso omiso de las indicaciones médicas y del clero. Como consecuencia a esto, a Andrecito se le puso el tracto digestivo como accidente geográfico. El médico giró la orden, ciencia consultada y endoscopía de por medio: dieta rigurosa y un maratón de análisis que culminaría con un "Perfil de lípidos" que sirve para saber si estamos pasando aceite y en que cantidad. Fue la hecatombe: Adiós a los vinos, los jamones, los embutidos, las paellas, los mariscos, las chistorras, los cortes y demás. Agua al gusto y lagrima tendida. Andrés sufría, Cristina padecía por ver a su esposo sufrir y por verlo comer "tres judías, una hoja de lechuga, media hostia sin consagrar y dos cubitos de hielo", como ella decía. Ha pasado el tiempo desde entonces, hasta que llego el domingo en cuya fecha cumple años Cristina. Sin dolo, Dalma y su servidor los invitamos a comer en un restaurante en la ciudad. Andrés aceptó con la condición de que tomáramos agua light, para que el pudiera beber también. Ya en el establecimiento, pedimos la carta, y pude ver la insondable depresión en el rostro de mi amigo. Fue entonces que, en un arranque de ibérica rebeldía, Andrés se soltó ordenando cantidades generosas de alimento, una botellota de vino tinto y tres o cuatro cosas para picar. Cristina le imploraba: "¡serénate, Andrés por favor!", "Nada de eso, mujer, ¡que se serenen los de la esquina!" le replicó mi amigo, y se fué con todo a la ofensiva. Al cuarto platillo, tuvo un breve momento de lucidez mientras daba un tragazo de vino tinto, se llevo la palma de la mano a la frente y exclamó "¡Mecachis!, mañana vienen a sacarme sangre para eso de los lípidos. Cuando reaccionó, era demasiado tarde. Cuando por fin salió el cocinero a avisarnos que ya no había más comida, pasamos a retirarnos. Mi amigo paso una noche infernal de Pepto-Bismol, sal de uvas Picot, Melox, Tums y antiácidos variados. A la mañana siguiente, según me platica Andrés, se topó con Genoveva, la muchacha de la casa, y así, en bata de dormir y con el rostro desencajado, le preguntó: "¿Sabes tú Genoveva, lo que es el Colesterol?" a lo que ella le contestó, "No, señor, no sé", "No importa -dijo Andrés- el caso es que es algo terrible. Aquí está una enfermera que te va a sacar sangre por que urge saber como andas del colesterol", "Pero a mi me da miedo, señor" -le dice Genoveva- "Nada, nada, es un piquetito nada más, cosa de nada, anda, haz caso, es por tu bien" -sesgó paternalmente la conversación. Al día de hoy, después de recogidos los resultados, puedo decirles que el perfil de lípidos de Genoveva esta excelente. De Andrés no hay novedad. Cristina sufre. Y ah, si, Ganó Italia.

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Fragmentos (1)

lunes, junio 04, 2007
Hace algún tiempo, cuando más 'inspirado' llegué a sentirme a la hora de escribir, tuve la idea de hacer una novela en un blog, empezé bien y luego todo se fue al carajo, como siempre. Pero lo que logré sacar, fue muy de mi agrado, ahora, lo comparto con ustedes.

Puede ser que no sea muy bueno, pero meh, escribir una novela se me hizo fácil. ¿que quieren? estoy chavo todavía...

Primer fragmento de "La Banca"

Pues bien: no sé que estoy haciendo. Hace rato, en el café internet donde estoy, me encontraba sentado en esta incómoda silla de metal pardo, checando la cantidad horrible de correos electrónicos que me han llegado (no por solicitado, sino por pasar mucho tiempo sin entrar en él), y comenzó a trabarse la máquina esta. Me enojé grandemente, tanto, que hasta las lámparas del techo temblaron con el golpe con el puño que le propiné al escritorio. Me disgusta de sobremanera cuando las computadoras se traban: no tengo la menor idea de como hacer que se 'muevan' de nuevo los contendidos de esta cochinada, me hace enojar y me causa comezón en la espalda. Pero bueno. Esperaba pacientemente a que la máquina se destrabara, pero no daba razón ni señal de poder o querer hacerlo, así que decidí apagarla -cosa que, creo, no debe hacerse en un café intentet, pero me vale- y pasarme a otra. Contra todos los protocolos, lo hize. Le apagué y me fui a otra máquina la cual prometía buen funcionamiento, pues acababa de levantarse de ella una muchacha con cara satisfecha de "ya hize todo lo que tenía que hacer". En el inter, mientras hacia el cambio de computadora, me fijé en un tipo joven de lentes, sentado a mi izquierda. Escribía furiosamente en una página como esta, pero pues ingonaraba yo totalmente de lo que se trataba, y me picó, fuerte, el gusano de la curiosidad, ah, la maldita curiosidad. Me puse tras él y haciendo alarde de toda mi metichez y falta de educación, escrúpulos, respeto, aseo personal y todo lo que te enseñan en la casa, le pregunté, así sin más que que era lo que estaba haciendo. "Estoy escribiendo", me dijo el idiota, y por supuesto que lo estaba haciendo. Lo que yo quería saber era donde, como, y porqué. Acto seguido se lo pregunté. "Es un blog, señor, aquí uno escribe lo que quiere, cuando quiere, y como quiera y no tiene que hacer nada más", hombre, pues que bien. Luego inquirí el costo de tan particular servicio del internet, y me dijo que no costaba un céntimo, "es totalmente gratis" me dijo, y totalmente es una palabra que, por supuesto, todo lo abarca, y eso de "todo gratis" a mi me encanta, ¿a quien no?. Ya por último, le dije "Yo quiero uno, ¿como le hago?" y ya me dijo que me metiera a la página de blogger y demás cosas que no vale la pena discutir. Y aquí estoy, escribiendo así nomas por escribir. Lo que nos trae al comienzo de este, eh... fragmento: No se que estoy haciendo. No tengo idea de que hacer con esto. No se que esperar de él, no se lo que me vaya a traer, es más: no se nisiquiera quien me va a leer y porqué querría leerme. Pero pues ya estoy aquí, ya escribí en esto, total, a ver que se puede hacer. Es más, es tan impulsivo este asunto, que el título y el dominio los saqué por que al no tener la menor idea de como ponerle de título a una página de internet, voltée a todas partes y vi el parque frente a este café. Un parque común y corriente: medio limpio, medio grande y medio lleno; o medio vacío, como sea la preferencia. Un parque como todos, con su pasto, sus árboles, sus caminitos de cemento, su kiosko, y ah, la clave: sus bancas. Una banca. La Banca. Paf, he ahí el título de la página. Lo siguiente: la dirección. No pues obvio, La Banca también. El problema, esque alguien más vió una banca y ya se le había ocurrido. Me lo ganaron. Pero no me dejé vencer: comenzé a ver a las personas dentro del parque. Y lo mismo que en los demás, personas corriendo, otras paseando a sus perros, niños jugando, parejas fajando, y ancianos alimentando las palomas con maíz, o migajas, o lo que sea que les dan de comer. Fue en ese momento cuando vi a un señor raro. No raro como asesino en serie, pero raro. Vestido de negro de pies a cabeza, zapatos de charol, pantalón de vestir impecable y perfectamente bien planchado, con chalequito, reloj de cadena, saco a la medida (se notaba porque le sobresalían los puños de la camisa), monóculo y galera muy elegante y anacrónica. Estaba ahí, sentadote, mirando a lontanza y sin mayor oficio que estar ahí como plasta sin hacer nada. Calentando la banca. Como tantos niños mexicanos negados para los deportes, como yo mismo en los años mozos, cuando en antaño me elegían último para las cascaritas de la cuadra. Y ahí estaba la dirección. Así quedamos entonces, justo a tiempo, pues nada más traje veinte pesos, que es lo que cuesta una hora de internet en este lugar. Supongo que este es el comienzo de alguna clase de crónica de mi vida. Pero no lo considero así, pues para empezar, en mi vida no pasan cosas extraordinarias dignas de contar, aunque puedo comenzar a fijarme. Ya veremos.

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